
En un escenario donde la política y las instituciones públicas parecen cada vez más lejanas, el Barómetro de Confianza 2025 de Edelman reveló que en América Latina solo las empresas mantienen un nivel aceptable de credibilidad y ética. Mariana Sanz, CEO de Edelman para la región, expone que este fenómeno no solo define la percepción ciudadana actual, sino que también abre un desafío ético y social para el sector privado.
La sensación de agravio es palpable: dos de cada tres personas sienten que el sistema no les está funcionando y que las instituciones, incluyendo gobiernos y empresas, los perjudican. Esta crisis del agravio, como la denomina el estudio, se traduce en un 65% de la población con un sentimiento moderado o alto de descontento y exclusión.
Este malestar no se distribuye homogéneamente. La brecha entre los más ricos y los más pobres en términos de confianza se mantiene en 12 puntos porcentuales, un dato que resalta la persistencia de la desigualdad estructural. “La desconfianza está muy arraigada en las poblaciones de ingresos más bajos”, afirma Sanz, subrayando que esta división trasciende la orientación política de los gobiernos en turno.
En medio de esta tensión, la polarización social y política se ha intensificado. América Latina se mantiene como la región más polarizada del mundo, y esta división se refleja en la forma en que los ciudadanos perciben y reaccionan ante los conflictos públicos. Tres de cada diez personas justifican el activismo hostil, incluyendo la difusión de desinformación y actos violentos, cifra que se eleva al 40% en jóvenes entre 18 y 34 años.
Este fenómeno evidencia la incapacidad de las instituciones tradicionales para ofrecer espacios efectivos de diálogo y resolución. La política, en particular en un año electoral como el chileno, enfrenta la presión de reconectar con una ciudadanía que demanda cercanía, escucha y acción concreta. “Los ciudadanos nos están pidiendo que los veamos más, que los escuchemos más, que estemos más presentes”, señala Sanz, enfatizando que el cambio de gobiernos no ha sido suficiente para restaurar la confianza.
Desde la mirada empresarial, este escenario representa un doble filo. Por un lado, las compañías son vistas como pilares éticos y competentes, con altos niveles de confianza de sus colaboradores —81% en México, 79% en Colombia, 77% en Brasil y 75% en Argentina—. Por otro, esta responsabilidad implica un compromiso mayor para contribuir a disminuir la sensación de agravio y reconstruir tejido social.
Este diagnóstico plantea una conclusión ineludible: la confianza en América Latina está fracturada, y su reparación requiere esfuerzos coordinados entre empresas, gobiernos y sociedad civil. La polarización y el agravio no son meros síntomas pasajeros, sino reflejos de profundas tensiones estructurales que demandan respuestas integrales y sostenidas.
En definitiva, el desafío para la región no es solo político o económico, sino también ético y cultural. En un coliseo donde la ciudadanía observa el choque entre actores que representan sus esperanzas y frustraciones, la pregunta es si habrá líderes capaces de tender puentes, o si la polarización seguirá alimentando un ciclo de desconfianza y conflicto.
2025-11-08