
La derrota anticipada de Jeannette Jara en la elección presidencial de 2025 no es un simple tropiezo electoral, sino la manifestación más visible de una crisis estructural que afecta a la izquierda chilena desde hace más de una década. Las encuestas publicadas en octubre de este año mostraban un declive sostenido en la intención de voto de la candidata, con una tendencia que se mantuvo hasta la fecha.
En el centro de este coliseo político, Jara se enfrenta no solo a sus adversarios externos, sino a un laberinto interno plagado de desconfianzas, divisiones y disputas de poder que han minado su campaña desde adentro.
El distanciamiento público de varios candidatos a parlamentarios que rehúsan aparecer junto a ella es uno de los síntomas más claros de este desorden. La electoralización de temas sensibles, como el aborto libre, ha sido instrumentalizada para fortalecer posiciones internas, más que para construir un proyecto común.
Por otro lado, la composición de su comando refleja la falta de liderazgo sólido: figuras de peso político han preferido reservarse para futuras batallas, dejando a Jara sin un respaldo contundente. Este vacío ha sido aprovechado por actores con agendas particulares, como Guido Girardi, quien ha presionado por un giro hacia el centro-izquierda, buscando capitalizar una supuesta migración de votos hacia la oposición.
“Este muerto no lo cargo yo”, parece ser la consigna no oficial de quienes evitan comprometerse públicamente con la candidatura comunista, según análisis de expertos en sociología política.
La situación se agrava con la intervención directa de ministros del gobierno, como Carlos Montes, que han convertido sus problemas administrativos en armas de campaña contra Jara. En lugar de proteger la imagen del oficialismo, estos actos han profundizado las fracturas y expuesto las debilidades del sector.
Finalmente, la actitud del Presidente Gabriel Boric, quien en cadena nacional confrontó a su principal rival José Antonio Kast, ha sido interpretada por analistas como un movimiento táctico para reposicionarse de cara a 2029, pero que ha tenido el efecto colateral de dejar a Jara aún más aislada y con escaso respaldo presidencial visible.
Desde una perspectiva regional, esta derrota tiene implicancias profundas: la izquierda chilena, históricamente fuerte en ciertos territorios, ve cómo sus bases se resquebrajan, mientras que la derecha y el centro parecen capitalizar el desencanto.
El impacto socioeconómico de esta crisis también es evidente, pues la falta de un liderazgo claro y cohesionado dificulta la definición de políticas públicas y la articulación de propuestas que puedan responder a las demandas ciudadanas.
En conclusión, la caída de Jeannette Jara es más que una derrota electoral: es un espejo que refleja la fragmentación ideológica, la ausencia de unidad estratégica y la crisis moral que atraviesa la izquierda chilena. La capacidad del sector para recomponerse y ofrecer una alternativa creíble dependerá de su disposición a enfrentar estas verdades incómodas y a superar las luchas internas que hoy lo consumen.
Este episodio, lejos de ser un capítulo aislado, marca un punto de inflexión que condicionará el rumbo político del país en los próximos años.