
Un salto inesperado en la física cuántica ha marcado un antes y un después en la ciencia contemporánea. El 7 de octubre de 2025, John Clarke, Michel H. Devoret y John M. Martinis recibieron el Premio Nobel de Física por el descubrimiento del efecto túnel mecánico cuántico macroscópico y la cuantificación de la energía en un circuito eléctrico. Este hallazgo, según la Real Academia Sueca de las Ciencias, no solo revoluciona el entendimiento teórico, sino que también abre la puerta a aplicaciones tecnológicas que hasta hace poco parecían ciencia ficción.
Desde distintas trincheras, la comunidad científica y política mundial ha reaccionado con una mezcla de entusiasmo, escepticismo y preocupación. En el ámbito académico, la mayoría celebra el avance como un paso crucial hacia la consolidación de tecnologías cuánticas aplicables, como la criptografía cuántica y las computadoras cuánticas. "Este descubrimiento es un hito que redefine los límites de lo posible en el procesamiento de información", señala la física teórica chilena María Elena Soto, profesora en la Universidad de Chile.
Sin embargo, voces críticas advierten sobre la brecha tecnológica que esta revolución podría profundizar. Desde sectores políticos opositores en Estados Unidos y Europa, se cuestiona la concentración de recursos y conocimiento en unos pocos laboratorios privilegiados, lo que podría exacerbar desigualdades globales en innovación y acceso a tecnología.
Para América Latina, y Chile en particular, el galardón abre un debate sobre la necesidad de fortalecer la inversión en investigación científica y la formación de capital humano. "Es una invitación urgente a repensar nuestra política científica y educativa para no quedar rezagados en la próxima era tecnológica", comenta el economista y analista tecnológico Rodrigo Martínez.
La sociedad civil, por su parte, observa con cautela. El potencial de la computación cuántica para la seguridad digital genera expectativas, pero también inquietudes sobre privacidad y control, en un contexto mundial cada vez más polarizado.
A casi cinco semanas del anuncio, se constata que el Premio Nobel 2025 no solo reconoce un avance científico, sino que pone en escena una batalla por el futuro de la tecnología y sus implicancias éticas y sociales. El efecto túnel mecánico cuántico macroscópico, antes un concepto abstracto, se traduce ahora en la base tangible para desarrollar tecnologías disruptivas.
La certeza es que este descubrimiento ha inaugurado una nueva era que desafía a gobiernos, empresas y sociedades a adaptarse rápidamente. La pregunta que queda en el aire es si la humanidad podrá equilibrar el progreso científico con la justicia social y la equidad tecnológica.
En definitiva, la historia del Nobel 2025 es la historia de un desafío mayúsculo: dominar lo infinitesimal para transformar lo global, mientras se enfrentan las tensiones entre innovación, poder y responsabilidad.
2025-10-17
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