
Entre la paz y la guerra: Venezuela en el ojo del huracán regional
El 11 y 12 de noviembre de 2025, el gobierno venezolano anunció la elevación de la alerta militar a su máxima fase, desplegando fuerzas terrestres, aéreas, navales y milicias populares en respuesta a la llegada del USS Gerald Ford, el portaaviones más avanzado de la flota estadounidense, a aguas del Caribe. Esta medida, comunicada por el ministro de Defensa Vladimir Padrino López, busca fortalecer la defensa territorial en un contexto de crecientes tensiones con Estados Unidos. Desde Caracas, el llamado fue a una «fusión perfecta civil-militar-policial» para proteger los intereses nacionales, en un escenario donde la sombra de un posible enfrentamiento se cierne sobre la región.
En paralelo, el 21 de octubre, una audiencia en el Senado de Estados Unidos reveló denuncias sobre la expansión de Hezbolá en Venezuela, un fenómeno que se habría intensificado desde el inicio del mandato de Nicolás Maduro. Según expertos como Marshall Billingslea, exsubsecretario del Tesoro estadounidense, ya en 2001 el gobierno venezolano adjudicaba contratos a empresas fachada vinculadas a Hezbolá y permitía la instalación de un centro de entrenamiento paramilitar en la Isla Margarita. Además, se denunció la expedición irregular de pasaportes a miembros de Hezbolá y Hamás, algunos de los cuales habrían ingresado a territorio estadounidense. La presencia de este grupo también fue señalada en Colombia, aunque con menor claridad sobre su evolución actual.
Esta dualidad entre la militarización y la búsqueda de respaldo internacional se refleja en la carta enviada por Maduro al Papa León XIV el 5 de octubre, solicitando un «apoyo especial» para la paz en Venezuela. La petición, entregada por el embajador venezolano al Vaticano, se produce en un momento donde el país suramericano intensifica sus ejercicios militares y denuncia una amenaza inminente de intervención extranjera.
Perspectivas en choque
Desde el gobierno venezolano y sus aliados chavistas, la narrativa se centra en la defensa soberana frente al «imperialismo estadounidense», presentando la militarización como una necesidad para preservar la integridad nacional y la estabilidad interna. La movilización de la milicia popular y la retórica de resistencia buscan consolidar un frente unido ante lo que califican como una agresión externa.
Por otro lado, Estados Unidos y sus aliados regionales alertan sobre la infiltración de grupos terroristas como Hezbolá, vinculándolos a redes de narcotráfico y actividades ilícitas que desestabilizan la región. La denuncia en el Senado estadounidense refleja una preocupación por la seguridad hemisférica y la posible utilización de Venezuela como plataforma para operaciones clandestinas.
En Colombia, el gobierno de Gustavo Petro enfrenta críticas por la percepción de una menor cooperación en la lucha contra estas amenazas, aunque expertos como Matthew Levitt reconocen que los esfuerzos conjuntos han disminuido en comparación con administraciones anteriores.
Ciudadanos y voces regionales
Entre la población venezolana, la escalada militar y las tensiones internacionales generan incertidumbre y temor ante un posible conflicto abierto. Mientras algunos sectores apoyan la defensa nacional, otros claman por soluciones diplomáticas y el fin de la confrontación que ha prolongado la crisis económica y social.
En la región, gobiernos vecinos observan con cautela el desarrollo de los hechos, conscientes de que un conflicto en Venezuela podría desatar efectos colaterales en seguridad, migración y estabilidad política.
Conclusiones y consecuencias visibles
La combinación de un aumento en la preparación militar venezolana, la presencia del portaaviones estadounidense y las denuncias sobre la expansión de Hezbolá configuran un escenario de alta tensión, con riesgos reales de escalada. La petición de Maduro al Papa, aunque simbólica, evidencia la necesidad de legitimar internacionalmente su gestión y buscar apoyos que mitiguen la presión externa.
Este episodio revela las complejidades de un conflicto que no es solo bilateral entre Venezuela y Estados Unidos, sino que involucra actores no estatales, dinámicas regionales y una lucha por la narrativa política y moral.
Para la región, el desafío es encontrar vías de diálogo que eviten la confrontación militar, mientras se abordan las raíces del conflicto, incluyendo la seguridad, la política y la economía.
La historia reciente muestra que la militarización y las acusaciones cruzadas no conducen a soluciones duraderas. La oportunidad está en la diplomacia multilateral y en la participación activa de organismos internacionales para mediar y garantizar la estabilidad.
Fuentes: EL PAÍS, BioBioChile, InformadorChile, declaraciones oficiales del Ministerio de Defensa venezolano, audiencias del Senado de Estados Unidos.