
A un mes y medio de la histórica reunión entre representantes de Israel y Hamás en El Cairo, el panorama del conflicto en Gaza sigue siendo un terreno movedizo donde convergen esperanzas, desconfianzas y presiones regionales e internacionales.
El 6 de octubre de 2025, delegaciones oficiales de Israel y del Movimiento de Resistencia Islámica (Hamás) iniciaron negociaciones bajo la mediación egipcia para discutir los términos de un plan de paz propuesto originalmente por el expresidente estadounidense Donald Trump. Este plan, centrado en un intercambio masivo de rehenes por presos, pretendía ser un primer paso hacia la desescalada del conflicto que ha marcado la región desde el estallido de violencia en octubre de 2023.
El acuerdo contemplaba la liberación de todos los rehenes israelíes en manos de Hamás a cambio de la puesta en libertad de aproximadamente 250 presos israelíes condenados a cadena perpetua y más de 1.700 gazatíes detenidos tras los enfrentamientos. La propuesta fue recibida con escepticismo por múltiples actores, debido a la complejidad política y la historia de incumplimientos en acuerdos previos.
Desde Israel, la delegación encabezada por el ministro de Asuntos Estratégicos, Ron Dermer, mantuvo una postura firme, enfatizando la necesidad de garantizar la seguridad nacional y la integridad territorial. En contraste, Hamás, representado en las conversaciones con respaldo de Qatar y bajo la atenta mirada de Estados Unidos, buscaba no solo la liberación de sus presos sino también garantías humanitarias para Gaza, bloqueada y castigada por años de sanciones y bombardeos.
"Este proceso es una oportunidad única que no podemos dejar pasar, pero la desconfianza es profunda y el camino está lleno de obstáculos", señaló un analista regional consultado para este informe.
Por un lado, sectores conservadores en Israel denunciaron que cualquier concesión podría ser interpretada como debilidad, alimentando futuros ataques. Por otro, organizaciones de derechos humanos y parte de la comunidad internacional exigieron que el intercambio incluya el respeto irrestricto a los derechos civiles y el fin del bloqueo a Gaza.
En la esfera palestina, la negociación fue vista como un movimiento pragmático por algunos grupos, mientras que otros criticaron la participación de Hamás, señalando que legitima a una organización catalogada como terrorista por diversos países.
Tras semanas de negociaciones, el acuerdo inicial no logró concretarse en el plazo de 72 horas estipulado, evidenciando las profundas discrepancias y la fragilidad del proceso. Sin embargo, se logró un cese parcial de hostilidades que, si bien no ha sido definitivo, ha permitido la entrada de ayuda humanitaria y la reducción de víctimas civiles en Gaza.
En Chile, la comunidad palestina y sectores políticos han seguido de cerca estas negociaciones, generando debates sobre la política internacional y la postura nacional frente al conflicto.
Este episodio confirma que en conflictos prolongados y complejos, la paz es una construcción lenta y plagada de contradicciones. El diálogo entre Israel y Hamás, aunque imperfecto, abre una ventana para reconsiderar estrategias basadas en la confrontación perpetua.
No obstante, las verdades que emergen son duras: la desconfianza mutua, las presiones geopolíticas y las heridas históricas son barreras que ningún acuerdo podrá superar sin un compromiso genuino y sostenido.
Queda claro que el desafío no es solo negociar rehenes o presos, sino replantear un modelo de convivencia que reconozca derechos, garantías y aspiraciones de ambos pueblos.
Este proceso, observado con atención desde distintas latitudes, sigue siendo un espejo donde se reflejan las tensiones globales y las esperanzas locales, una tragedia colectiva que aún busca su desenlace.