
El colapso de una ladera en Puerto Montt la madrugada del 4 de octubre pasado dejó a cinco viviendas con daños estructurales severos y a once personas fuera de sus hogares. Las lluvias, que acumularon cerca de 40 milímetros en pocas horas, fueron el detonante de un derrumbe que impactó directamente en un sector residencial de la ciudad. La emergencia obligó a evacuar de forma preventiva a nueve adultos y dos niños, quienes hasta hoy permanecen acogidos en casas de familiares, mientras las autoridades evalúan el futuro del terreno y las viviendas afectadas.
Desde entonces, la municipalidad de Puerto Montt ha desplegado un operativo para asistir a las familias, en coordinación con el Servicio de Vivienda y Urbanización (Serviu) y el Servicio Nacional de Geología y Minería (Sernageomin). El alcalde Rodrigo Wainraihgt señaló que "estamos haciendo un levantamiento de información para evaluar subsidios de arriendo y la estabilidad del terreno". Sin embargo, la incertidumbre sobre la habitabilidad futura de las casas persiste, generando preocupación entre los residentes.
El derrumbe no solo puso en evidencia la vulnerabilidad de ciertas zonas urbanas frente a fenómenos naturales, sino que también reavivó un debate más amplio sobre la planificación territorial y la gestión de riesgos en ciudades con características geográficas complejas como Puerto Montt. Diversos expertos en geología y urbanismo han alertado que, pese a los avances técnicos, la presión demográfica y la expansión urbana en zonas de riesgo continúan siendo un desafío pendiente.
Desde una mirada política, las respuestas han sido diversas y, en algunos casos, contradictorias. Mientras el municipio enfatiza la necesidad de medidas inmediatas para proteger a las familias y gestionar subsidios, sectores de oposición critican la falta de políticas preventivas robustas y una planificación urbana que desatiende las condiciones naturales del territorio. Una voz crítica desde la oposición declaró: "Este desastre es un síntoma de la negligencia histórica en la gestión del suelo y la falta de inversión en infraestructuras resilientes".
Por otro lado, las comunidades afectadas expresan una mezcla de frustración y esperanza. Si bien valoran la rápida evacuación y el apoyo inicial, reclaman mayor participación en las decisiones y claridad sobre su futuro habitacional. Una de las vecinas afectadas comentó: "Nos sacaron de nuestras casas, pero nadie nos ha dicho qué pasará con nosotros a largo plazo".
A más de un mes del evento, el Sernageomin continúa con los estudios técnicos para determinar la estabilidad del terreno y la posibilidad de reconstrucción o reubicación de las viviendas. Mientras tanto, la municipalidad trabaja en un plan de asistencia social y subsidios temporales, aunque las soluciones definitivas parecen aún lejanas.
Este episodio pone en evidencia una verdad incómoda: la interacción entre la naturaleza y el crecimiento urbano en Chile sigue siendo un terreno de disputa y aprendizaje. La tragedia de Puerto Montt recuerda que las emergencias no solo son eventos aislados, sino síntomas de desafíos estructurales en la gestión territorial, la protección social y la gobernanza ambiental.
En definitiva, el derrumbe y sus consecuencias nos enfrentan a la pregunta de qué ciudad queremos construir y cómo protegeremos a quienes habitan en sus zonas más vulnerables. La respuesta, como suele ocurrir, no está en la rapidez de la noticia inmediata, sino en la profundidad del análisis y la voluntad colectiva para transformar las lecciones en políticas efectivas y duraderas.