
En el último mes, la escena musical chilena ha vivido una transformación palpable, marcada por la irrupción de artistas que, lejos de replicar fórmulas conocidas, han decidido explorar territorios sonoros inéditos, mezclando géneros y narrativas que reflejan las complejidades de una sociedad en cambio.El 4 de octubre de 2025, Cooperativa.cl destacó a cinco figuras emergentes —MalVivir, Mila Sunino, Young Cister, Ventrial y Pegotes— como representantes de esta nueva corriente.
Este fenómeno no es simplemente un cambio estético, sino un desafío directo a las estructuras tradicionales de la música popular chilena. Desde la perspectiva de críticos musicales y académicos, esta renovación es un síntoma de una juventud que busca expresarse con autenticidad y sin ataduras. Sin embargo, no todos celebran esta ola: sectores más conservadores del público y la industria ven con recelo lo que consideran una pérdida de identidad o un abandono de las raíces musicales nacionales.
“Estamos ante un momento de ruptura, pero también de diálogo entre generaciones. Estos artistas no olvidan sus orígenes, sino que los reinterpretan”, señala la musicóloga Valentina Rojas, quien ha seguido de cerca este movimiento. Por otro lado, el productor musical Héctor Salazar advierte que “la industria debe encontrar un equilibrio para no fragmentar su público y preservar la continuidad cultural”.
En regiones, la recepción ha sido igualmente dividida. Mientras en Santiago y Valparaíso se observan escenarios llenos y una efervescencia cultural palpable, en provincias más alejadas persiste una preferencia mayoritaria por estilos más tradicionales, lo que refleja una brecha que no solo es musical, sino también social y económica.
Desde las voces de los propios artistas, la intención es clara: “Queremos que nuestra música sea un espejo de la realidad que vivimos, con sus luces y sombras, sin filtros ni clichés”, afirma Mila Sunino. Este compromiso con la autenticidad ha generado un movimiento que trasciende la música para convertirse en un espacio de resistencia cultural y social.
A seis semanas de la aparición pública de estos nuevos sonidos, es posible afirmar que Chile está viviendo un proceso de redefinición artística que abre preguntas sobre identidad, pertenencia y futuro cultural. La tensión entre innovación y tradición, entre lo local y lo global, se juega en cada nota y en cada verso.
La escena musical chilena, por tanto, no solo está cambiando su sonido, sino también su narrativa, convocando a un público que busca comprender y participar en esta evolución. Las consecuencias de este movimiento serán visibles en los próximos años, cuando se consoliden nuevas audiencias y se reconfiguren los espacios culturales del país.
Este momento invita a reflexionar sobre cómo la cultura popular puede ser un espejo de las transformaciones sociales y políticas, y cómo el arte, en su expresión más genuina, puede ser un terreno de confrontación, diálogo y, eventualmente, de reconciliación.