
En un escenario político que parecía estabilizarse tras meses de campañas y debates, el Presidente Gabriel Boric decidió, a comienzos de octubre, intensificar su ofensiva contra José Antonio Kast, el líder del Partido Republicano y principal contendiente en las elecciones presidenciales de 2025. Esta jugada, desplegada en una cadena nacional en la que el mandatario presentó el Presupuesto 2026, no solo sorprendió por su frontalidad, sino que también reconfiguró el tablero político de cara a la primera vuelta electoral.
Desde el comando de Jeannette Jara, candidata oficialista, la reacción no tardó en llegar, aunque con una marcada cautela. “Yo no formo parte del gobierno, hace tiempo ya salí de ahí y creo no me corresponde estar comentando lo que haga o no haga. Ese es un tema entre el gobierno y la oposición”, declaró Jara, evidenciando un intento por distanciarse de la confrontación directa entre La Moneda y Kast.
Este distanciamiento no es anecdótico. En las filas del oficialismo, la ofensiva presidencial ha sido mirada con recelo. Voces internas advierten que la arremetida contra Kast puede terminar por vincular a Jara demasiado estrechamente con el actual gobierno, justo cuando su estrategia apunta a atraer electores que buscan un cambio más allá del ciclo actual. “Se ve a la candidata y al Presidente en la misma parada”, señaló una jefatura partidaria, reflejando la preocupación por la imagen pública de la aspirante.
Por su parte, el propio Boric defendió su postura, argumentando la legitimidad democrática de discutir y cuestionar las propuestas de los rivales. En un improvisado punto de prensa, afirmó que discutir política pública no es cobarde, sino un ejercicio democrático, reafirmando la intención de marcar a Kast como el adversario central.
En la derecha, la ofensiva presidencial también sacudió el tablero. Evelyn Matthei, la candidata de Chile Vamos, quedó relegada a un segundo plano, mientras la disputa se centraba en el pulso entre Boric y Kast. La alusión directa del Presidente al líder republicano en un espacio reservado exclusivamente para su mensaje oficial fue interpretada como un reconocimiento tácito de que Kast es el rival a vencer en una eventual segunda vuelta.
Esta dinámica tensionó incluso a sectores de la coalición opositora, que vieron con preocupación la exclusión de Matthei y la consolidación de Kast como el adversario principal del oficialismo. La UDI, por ejemplo, presentó un requerimiento ante la Contraloría para investigar si Boric incurrió en intervencionismo electoral, al utilizar un espacio oficial para atacar a un candidato.
En paralelo, Jara mantuvo su foco en criticar la gestión del gobierno en áreas sensibles, como la reconstrucción de Viña del Mar, sin sumarse al cruce directo con Kast. Su cuestionamiento al ministro Carlos Montes por la demora en las obras fue respondido por el secretario de Estado, quien negó problemas de financiamiento, generando un intercambio que evidenció las diferencias internas dentro de la coalición oficialista.
Este complejo entramado de tensiones y estrategias revela un escenario político fragmentado y en plena redefinición. La ofensiva de Boric, lejos de ser un simple ataque electoral, ha puesto en evidencia las dificultades de un oficialismo que debe equilibrar su rol de gobierno con la contienda electoral, mientras que la oposición enfrenta el desafío de consolidar liderazgos y evitar fracturas.
En definitiva, la confrontación entre Boric y Kast no solo ha marcado la agenda pública, sino que ha reconfigurado alianzas y distancias dentro de los propios bloques políticos. La candidata Jara, al optar por la cautela y la diferenciación, busca navegar entre estas aguas turbulentas, consciente de que su éxito dependerá de su capacidad para proyectar autonomía sin perder el respaldo del oficialismo.
Esta historia, lejos de cerrarse, seguirá evolucionando en las próximas semanas, con consecuencias visibles en la percepción ciudadana, el comportamiento electoral y la estabilidad política del país. Las verdades que emergen hasta ahora son claras: la polarización se intensifica, las estrategias se radicalizan y el futuro político de Chile se juega en un tablero cada vez más complejo y fragmentado.