
En un escenario que podría definirse como una tragedia anunciada, los recortes presupuestarios impulsados por la administración Trump en 2025 han puesto en jaque la lucha contra la tuberculosis, la enfermedad infecciosa más letal del mundo. Según el informe anual de la Organización Mundial de la Salud (OMS) publicado el 12 de noviembre de 2025, si no se recupera la financiación que Estados Unidos aportaba a través de USAID y el Fondo Mundial, hasta dos millones de personas podrían morir prematuramente por tuberculosis de aquí a 2035.
Este golpe financiero no solo amenaza con revertir los avances logrados tras la pandemia de covid-19, sino que además pone en riesgo la estabilidad de sistemas sanitarios y programas de prevención en países donde la enfermedad todavía es endémica.
Desde la OMS, la directora del Departamento de VIH y Tuberculosis, Tereza Kasaeva, calificó los recortes como 'un grave desafío' y enfatizó la necesidad de un liderazgo político fuerte para aumentar la inversión nacional. En contraste, la administración estadounidense, bajo la influencia del llamado Proyecto 2025 y su director de presupuesto Russ Vought, ha priorizado la reducción del tamaño del Estado, cerrando agencias clave y suspendiendo programas de salud global, en una estrategia que sus críticos califican de 'castigo político' y 'desmantelamiento del gobierno'.
En el Congreso de EE.UU., los demócratas advierten que estas medidas son un retroceso que pone en peligro no solo la salud pública mundial, sino también la seguridad sanitaria interna, mientras que sectores republicanos celebran la austeridad y el recorte del gasto público.
Veintiséis países con alta carga de tuberculosis dependen en más de un 50% de recursos externos para financiar sus programas, y en los países de bajos ingresos esta dependencia alcanza un 63%. Zambia, Camboya, Malaui, Etiopía y Filipinas son ejemplos claros de naciones que han visto sus sistemas comprometidos por la suspensión de fondos provenientes de USAID. En África, aunque se han logrado reducciones significativas en incidencia y mortalidad (28% y 46%, respectivamente), el avance está ahora en peligro.
Entre las consecuencias menos visibles pero más devastadoras está la paralización de proyectos científicos. El informe destaca que 18 vacunas contra la tuberculosis están en fase clínica, seis en ensayos fase III, y que se desarrollan 63 nuevos test diagnósticos y 29 medicamentos. Sin embargo, la reducción de subvenciones de los NIH y el cierre de USAID han interrumpido ensayos cruciales, incluyendo uno en Sudáfrica para una vacuna desarrollada en España. Carlos Martín, investigador principal, ha denunciado cómo la falta de financiamiento ha obligado a suspender pruebas que podrían cambiar el curso de la enfermedad.
La tuberculosis afecta principalmente a comunidades vulnerables, donde el estigma y la pobreza agravan el impacto. Yogan Pillay, de la Fundación Gates, subraya la importancia de innovar no solo en tratamientos, sino también en estrategias de comunicación y prevención, aprovechando tecnologías digitales e inteligencia artificial para combatir el aislamiento social y mejorar diagnósticos.
Este episodio revela una verdad incómoda: la salud global está profundamente entrelazada con decisiones políticas y económicas que trascienden fronteras. La suspensión de financiamiento estadounidense no solo amenaza vidas, sino que también pone en riesgo décadas de progreso científico y social. La OMS y organizaciones internacionales hacen un llamado urgente a los países para aumentar su inversión nacional y cerrar las brechas de financiamiento, pero el tiempo apremia.
El desafío es claro: sin un compromiso renovado y sostenido, la tuberculosis volverá a ser una sombra que se cierne sobre millones, recordándonos que en salud global, los recortes no solo se traducen en números, sino en vidas humanas que podrían haberse salvado.