
Entre la amenaza y la realidad, Venezuela se ha convertido en un tablero donde se juega una partida de alta tensión con Estados Unidos como protagonista principal. Desde septiembre de 2025, Washington ha desplegado una fuerza naval y aérea considerable en el sur del Caribe, incluyendo el portaaviones USS Gerald Ford y más de 2.200 infantes de marina a bordo del buque Iwo Jima. Esta movilización es parte de una estrategia que combina ataques directos contra embarcaciones vinculadas al narcotráfico y una presión psicológica hacia el régimen de Nicolás Maduro y sus círculos militares más cercanos.
El 26 de octubre, el senador republicano Lindsey Graham confirmó que el presidente Donald Trump planea informar al Congreso sobre una posible expansión de las operaciones militares, incluyendo ataques terrestres en Venezuela y Colombia. Esta declaración no solo ratifica la voluntad de endurecer la ofensiva, sino que también abre la puerta a escenarios de intervención más complejos y riesgosos.
Elliott Abrams, ex enviado especial de Estados Unidos para Venezuela, aporta una lectura clave: 'Estamos ante un programa de presión psicológica contra el régimen y el Ejército, buscando fracturas internas y la deserción de mandos militares que puedan facilitar un cambio de poder'. Esta presión incluye operaciones encubiertas de la CIA para contactar a oficiales venezolanos, un componente que añade tensión y riesgo de inestabilidad política interna.
Sin embargo, Abrams aclara que 'no se trata de una invasión al estilo Panamá, sino de acciones rápidas y precisas dirigidas a narcotraficantes y grupos armados vinculados al régimen'. La línea entre operaciones contra el narcotráfico y la desestabilización política es deliberadamente difusa, lo que genera incertidumbre sobre el alcance real de la acción estadounidense.
Desde Caracas, el gobierno venezolano ha respondido con una denuncia formal ante el Consejo de Seguridad de la ONU, solicitando que se declaren ilegales los ataques estadounidenses y se reafirme la soberanía nacional. 'Estos actos son parte de un expediente tenebroso de desestabilización, sabotaje y golpes de Estado', afirmó el embajador Samuel Moncada. Sin embargo, la realidad del veto estadounidense en el Consejo limita cualquier acción efectiva contra Washington.
En el plano internacional, la reacción es heterogénea. Mientras Rusia y China respaldan la denuncia venezolana, países como Brasil y México, con gobiernos pragmáticos, han evitado confrontar directamente a Washington, priorizando sus propios intereses nacionales. El expresidente brasileño Lula ofreció mediación, pero solo en un escenario donde Maduro decidiera apartarse voluntariamente.
Dentro de la oposición venezolana, las posturas también divergen. María Corina Machado, galardonada recientemente con el Premio Nobel de la Paz, ha sido criticada por algunos sectores por su aparente respaldo a acciones militares externas, aunque sus seguidores sostienen que la presión internacional es la única vía para salir de la crisis. Henrique Capriles, por otro lado, advierte que la mayoría de quienes apoyan una intervención no viven en Venezuela, reflejando la división interna.
La escalada estadounidense en Venezuela, más allá de su justificación oficial centrada en la lucha contra el narcotráfico, se inscribe en un patrón histórico de intervenciones encubiertas y abiertas en América Latina. Las operaciones militares han resultado en la destrucción de al menos diez embarcaciones y la muerte de decenas de personas, según denuncias venezolanas, mientras que Washington sostiene que actúa dentro de un marco legal de legítima defensa.
Esta situación ha generado una paradoja: mientras se pretende proteger la seguridad de Estados Unidos y combatir el crimen organizado, se alimenta una crisis humanitaria y política en Venezuela, que podría profundizar la migración y el sufrimiento de la población civil.
Por último, la incertidumbre sobre los próximos pasos de Washington —si se limitará a ataques selectivos o si avanzará hacia una operación terrestre— mantiene en vilo a la región. La presión psicológica y militar busca erosionar el poder de Maduro desde adentro, pero el costo en términos de estabilidad regional y vida humana aún está por verse.
En suma, el escenario venezolano en noviembre de 2025 es una tragedia en desarrollo, donde la confrontación entre soberanía y seguridad, entre intervención y autodeterminación, convoca a actores diversos en un drama que apenas comienza a desplegar sus consecuencias visibles.
2025-10-31