
Un país que tiembla y se pregunta. El 25 de septiembre de 2025, Chile volvió a sentir la inevitable sacudida de la naturaleza con un sismo de magnitud 3.4, ubicado a 122 km al este de Linares y a 185 km de profundidad, según reportó el Centro Sismológico Nacional de la Universidad de Chile. Este episodio, aunque moderado, reavivó la conversación nacional sobre la preparación y la capacidad de respuesta ante un eventual terremoto de mayor envergadura, recordando la tragedia del 27 de febrero de 2010, cuyas heridas aún marcan la memoria colectiva.
Tres actores en escena, tres visiones. Desde el Gobierno, el Servicio Nacional de Prevención y Respuesta ante Desastres (Senapred) ha reforzado sus campañas de información, enfatizando en la importancia de la educación ciudadana y la implementación de protocolos de emergencia. Sin embargo, en el terreno político, la oposición critica la lentitud en la actualización de infraestructuras y la falta de recursos para la prevención, señalando que 'la resiliencia no puede ser solo un discurso, debe traducirse en acciones concretas y presupuesto real'.
Por otro lado, las comunidades locales, especialmente en zonas rurales y periféricas, expresan una mezcla de desconfianza y resignación. Para muchos, las recomendaciones oficiales llegan tarde o no consideran las particularidades culturales y sociales de cada territorio. 'Nos enseñan a qué hacer, pero no nos entregan las herramientas ni los recursos para protegernos realmente', comenta una dirigente vecinal de la región del Maule.
El peso de la historia y la ciencia. Chile, situado en el límite de las placas tectónicas de Nazca y Sudamericana, es uno de los países más sísmicos del mundo. Los expertos en sismología advierten que la recurrencia de movimientos menores no debe generar falsa sensación de seguridad. De hecho, estudios recientes indican que ciertas áreas, como la zona central y sur, están acumulando tensiones que podrían desencadenar un evento mayor en las próximas décadas.
Sin embargo, la ciencia también enfrenta desafíos para comunicar estos riesgos de forma efectiva y evitar la alarmista o la indiferencia. El equilibrio entre informar y generar confianza es delicado, y las autoridades deben navegar entre la urgencia y la prudencia.
Verdades que emergen y desafíos que persisten. A casi tres meses del sismo de septiembre, queda claro que Chile mantiene una vulnerabilidad estructural que no se resuelve solo con protocolos o campañas informativas. La preparación efectiva requiere inversión sostenida, diálogo inclusivo y adaptación a las realidades regionales.
En definitiva, la historia reciente y los hechos actuales confirman que el país debe avanzar más allá de la reacción inmediata para construir una cultura de prevención integral. La tragedia no debe ser solo un recuerdo, sino un llamado permanente a la acción colectiva, donde cada actor —desde el Estado hasta el ciudadano común— asuma su rol con responsabilidad y compromiso.
El coliseo está montado, y la próxima sacudida no será un espectáculo para espectadores pasivos, sino un desafío que Chile debe enfrentar con decisión y sabiduría.
2025-11-05