El 24 de septiembre de 2025 marcó un punto de inflexión en el conflicto entre Israel y Gaza, cuando una ofensiva israelí alcanzó un nuevo nivel de violencia, dejando más de 80 palestinos muertos en la ciudad homónima de Gaza. Entre ellos, seis mujeres y nueve niños perecieron en un ataque aéreo cerca del mercado de Firas, según reportes de la Defensa Civil palestina y hospitales locales.
El ejército israelí, por su parte, justificó la acción señalando que el blanco fueron "dos terroristas de Hamás en el norte de la Franja", sin entregar detalles precisos ni coincidir con el número de víctimas civiles reportadas. Esta discrepancia es parte de un patrón recurrente en el conflicto: la dificultad para establecer hechos verificables en medio de la guerra de narrativas.
Desde el punto de vista israelí, la ofensiva terrestre busca "asegurar la liberación de los rehenes aún retenidos por Hamás y lograr la derrota decisiva del grupo armado". Sin embargo, para la población civil de Gaza, la realidad es otra: cientos de miles han huido del centro urbano, mientras que quienes permanecen enfrentan condiciones extremas, con servicios sanitarios colapsados y una hambruna confirmada por organismos internacionales.
Este escenario ha polarizado las interpretaciones políticas y sociales. Desde sectores pro-israelíes, la ofensiva es vista como una necesaria respuesta de seguridad en un contexto de amenazas constantes. En cambio, voces palestinas y organizaciones humanitarias denuncian un "castigo colectivo" que profundiza la crisis humanitaria y viola derechos fundamentales.
Regiones y países vecinos observan con preocupación el avance de la violencia, temiendo una escalada regional. Distintos actores internacionales han llamado a la contención, pero hasta ahora sin resultados efectivos para detener los enfrentamientos.
En la opinión pública global, el episodio reaviva debates sobre la legitimidad del uso de la fuerza, el respeto al derecho internacional humanitario y la búsqueda de soluciones políticas duraderas. La tragedia de Gaza, lejos de ser un evento aislado, refleja las complejidades y los fracasos acumulados en décadas de conflicto.
Tras casi dos meses de la ofensiva, algunas verdades se consolidan: la guerra ha causado un sufrimiento humano considerable, las diferencias narrativas obstaculizan la comprensión plena y la comunidad internacional sigue sin lograr un consenso que permita un alto al fuego sostenible.
La consecuencia más palpable es la prolongación del ciclo de violencia y el deterioro irreversible de las condiciones de vida en Gaza, que plantea preguntas urgentes sobre el futuro de la región y la posibilidad de reconciliación. Mientras tanto, los protagonistas continúan su pugna, y los espectadores globales, con distancia temporal, somos testigos de una tragedia que se despliega con toda su crudeza.