
En septiembre de 2025, el entonces presidente de Estados Unidos, Donald Trump, volvió a poner en el centro de la discusión pública una posible relación entre el uso de paracetamol durante el embarazo y el desarrollo de trastornos del espectro autista. Este anuncio generó una ola de reacciones, desde el mundo científico hasta comunidades afectadas y actores políticos.
Por un lado, la administración Trump se apoyó en estudios científicos publicados en revistas de prestigio, que sugieren una posible asociación entre el consumo prenatal de paracetamol y ciertos riesgos neurodesarrollativos. Sin embargo, los mismos autores advierten que la evidencia no establece causalidad y que se requieren investigaciones más profundas y rigurosas. En este punto, expertos en salud materno-fetal y neurodesarrollo han llamado a la precaución para no caer en interpretaciones apresuradas que puedan generar alarma innecesaria o estigmatización.
“La acumulación de datos científicos es objetiva, pero el problema surge cuando se usan selectivamente para fines políticos o ideológicos”, advierte Marcelo González Ortiz, investigador y padre de un niño autista, en un análisis publicado en CIPER Chile.
El discurso presidencial no solo mencionó la asociación científica, sino que también calificó el autismo como una “epidemia” y habló de las “desgracias” que enfrentan las familias. Esto fue interpretado por muchos como un enfoque que podría fomentar la idea de que el autismo es una condición indeseable a erradicar, lo que desató críticas desde la comunidad neurodiversa y organizaciones defensoras de derechos humanos.
Diversas voces han enfatizado que el autismo no es una enfermedad ni una tragedia en sí misma, sino una forma de neurodiversidad con aportes significativos a la sociedad. Holden Torp, científico y académico diagnosticado tardíamente, señala que ciertos rasgos autistas pueden ser catalizadores para la innovación y la búsqueda científica. Además, se ha documentado que adolescentes autistas suelen mostrar mayor apertura hacia la diversidad sexual y un fuerte compromiso con la justicia social, cualidades valoradas en el tejido social.
Desde la perspectiva científica, el consenso apunta a que es fundamental entender mejor los factores ambientales, biológicos y sociales que influyen en el neurodesarrollo, sin caer en el reduccionismo de buscar culpables sencillos. Por ejemplo, estudios recientes en Japón sugieren que las asociaciones entre paracetamol y autismo podrían estar mediadas por variables no consideradas, como estrés perinatal o diferencias genéticas y culturales.
En Chile, la discusión ha servido para reflexionar sobre la importancia de políticas públicas sensibles que reconozcan la neurodiversidad y promuevan la inclusión, en lugar de la prevención basada en el miedo o la exclusión. La evidencia invita a un enfoque que priorice la comprensión de las experiencias de vida de las personas neurodivergentes y la adaptación social para evitar discriminación y problemas de salud mental asociados.
En definitiva, la polémica desatada por las palabras presidenciales ha evidenciado la tensión entre ciencia, política y sociedad. La verdad que emerge es que el vínculo entre paracetamol y autismo no está demostrado y que el autismo debe ser entendido como parte de la diversidad humana, no como una epidemia a erradicar.
Los desafíos que quedan son claros: avanzar en investigación rigurosa, mejorar la comunicación pública sobre temas complejos y construir una sociedad que valore todas las formas de ser y pensar, sin recurrir a discursos que generan miedo o exclusión.
2025-11-12
2025-11-02
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