
En septiembre de 2025, un episodio que parecía un mero intercambio de palabras entre Estados Unidos y Venezuela se transformó en un escenario de confrontación con múltiples capas. El presidente Donald Trump publicó un video en redes sociales donde se burlaba irónicamente del entrenamiento de mujeres milicianas venezolanas, calificándolas como una “amenaza muy seria”. La reacción del gobierno venezolano no se hizo esperar: cinco milicianas fueron condecoradas públicamente y proclamadas “soldadas de la patria” durante un acto oficial en Caracas.
Este choque no es solo un rifirrafe diplomático, sino un espectáculo donde se entrecruzan discursos de poder, identidad y género. Por una parte, el gobierno chavista, representado por el ministro Vladimir Padrino López y la alcaldesa de Caracas, Carmen Meléndez, denunció el gesto de Trump como un acto de “supremacismo” y “racismo”, enfatizando la dignidad y el valor de las mujeres venezolanas que, según ellos, defienden la soberanía nacional con armas en mano.
Desde la óptica estadounidense, el video y la publicación buscaban minimizar la amenaza que representa el régimen de Maduro, en un contexto donde Washington ha incrementado su presencia en el Caribe alegando la lucha contra el narcotráfico, pero que Caracas interpreta como una estrategia para forzar un cambio de régimen. Esta tensión se traduce en un intercambio simbólico que va más allá de las palabras: es la disputa por la narrativa y la legitimidad.
La condecoración de las milicianas, vestidas con franelas rojas y exhibiendo armas, tuvo lugar en la emblemática avenida Bolívar de Caracas, durante una movilización que incluyó vehículos de combate. El acto fue un mensaje claro de reafirmación del poder chavista y un llamado a la resistencia frente a lo que consideran una injerencia extranjera.
En el plano social, la figura de la mujer miliciana se ha convertido en un símbolo cargado de significados encontrados. Para el oficialismo, representan la valentía y la defensa de la patria, desafiando estereotipos de género y reivindicando un rol activo en la política y la seguridad. Sin embargo, para críticos y opositores, este protagonismo es parte de una militarización de la sociedad que profundiza la crisis y limita las libertades.
Esta historia también expone la dificultad de separar el análisis político del prisma cultural y emocional. La alcaldesa Meléndez, al señalar que “las mujeres de Venezuela tienen ovarios para defender esta patria”, apela a un orgullo nacionalista que busca fortalecer la cohesión interna, mientras que desde el otro lado, la burla de Trump se inscribe en una tradición de desprecio hacia adversarios percibidos como débiles o caricaturescos.
A casi dos meses del episodio, la tensión entre ambas naciones persiste, pero la condecoración y la respuesta venezolana han quedado como un hito que revela cómo la política internacional se expresa también en símbolos y narrativas que movilizan emociones y construyen identidades.
La verificación cruzada con medios como EFE y BioBioChile confirma la autenticidad de los hechos y las declaraciones, consolidando esta historia como un caso paradigmático de la confrontación entre Estados Unidos y Venezuela en la década actual.
En conclusión, este episodio no solo es una disputa diplomática, sino un reflejo de las complejas dinámicas que atraviesan América Latina: la lucha por la soberanía, la influencia extranjera, el papel de la mujer en la política y la violencia simbólica que acompaña a los enfrentamientos ideológicos. La burla, la condecoración y el despliegue militar en Caracas son piezas de un mismo tablero donde se juega mucho más que una simple disputa retórica.