
Un espectáculo de reproches y desencuentros se desplegó en la escena internacional cuando Donald Trump, exmandatario de Estados Unidos, acusó a la ONU de ineficacia y desinterés en la resolución de conflictos bélicos. Su intervención, ocurrida en septiembre de este año, no solo reavivó el debate sobre el papel de los organismos multilaterales, sino que también evidenció las profundas fracturas en la política global actual.
Trump, con un estilo característico que mezcla desdén y autoproclamación, 'Todo lo que parece que hacen es escribir cartas con palabras muy fuertes y luego nunca darle seguimiento', lanzó una dura crítica hacia la ONU, cuestionando su utilidad y protagonismo. Según él, en su breve mandato logró terminar siete conflictos bélicos mediante negociaciones directas con líderes involucrados, mientras que la ONU permaneció al margen.
Esta postura, apoyada principalmente por sectores conservadores y nacionalistas, plantea una visión donde las soluciones unilaterales o bilaterales prevalecen sobre el multilateralismo. Sin embargo, expertos en relaciones internacionales advierten que la complejidad de estos conflictos no puede reducirse a gestiones personales y que la ONU enfrenta limitaciones estructurales y políticas que afectan su capacidad de acción.
Desde la izquierda global y movimientos pro derechos humanos, la crítica a Trump no se hizo esperar. Se le acusa de simplificar y politizar procesos de paz, mientras que la ONU es vista como un espacio indispensable para generar consensos y normativas internacionales, aunque imperfecto.
En Oriente Medio, la acusación de Trump contra el reconocimiento del Estado palestino por parte de varios países —'La recompensa sería demasiado grande para los terroristas de Hamás'— refleja la tensión permanente entre seguridad y autodeterminación. Organismos internacionales y ONGs advierten que la violencia y las muertes —más de 65.200 palestinos muertos en la ofensiva israelí, según cifras oficiales— requieren soluciones multilaterales y humanitarias, no solo discursos confrontacionales.
Otro eje del discurso fue la crítica a Europa por mantener la compra de energía rusa mientras sanciona a Moscú por la guerra en Ucrania. Trump advirtió que sin una acción conjunta y contundente, las sanciones serán ineficaces.
En paralelo, la migración fue un tema central, con acusaciones directas a la ONU por financiar flujos migratorios hacia Estados Unidos. Este punto polariza a la opinión pública, enfrentando a quienes defienden la cooperación internacional y los derechos de los migrantes, contra quienes exigen políticas estrictas de control fronterizo.
La intervención de Trump en la ONU sirve como un espejo de las tensiones globales actuales: una comunidad internacional que lucha por mantener su relevancia frente a líderes que privilegian la acción directa y la soberanía nacional.
La realidad muestra que la ONU, pese a sus limitaciones, sigue siendo un foro vital para el diálogo y la búsqueda de soluciones multilaterales, aunque requiere reformas profundas para aumentar su eficacia y legitimidad.
Por otra parte, los conflictos bélicos y humanitarios no se resuelven únicamente con voluntad política individual, sino que demandan cooperación, respeto a los derechos humanos y mecanismos de seguimiento efectivos.
Finalmente, el debate sobre migración y energía expone la interdependencia global y la necesidad de políticas coordinadas que consideren tanto la seguridad como la dignidad humana.
Este episodio, lejos de cerrarse con un veredicto, invita a reflexionar sobre las complejidades del orden mundial contemporáneo y el papel que cada actor está dispuesto a jugar en él.
2025-11-12
2025-11-12