
Un escenario global en transformación ha cobrado protagonismo en las últimas semanas con la visita de Estado de Felipe VI y la Reina Letizia a China, un viaje que, aunque protocolar, revela las tensiones y expectativas que subyacen en la relación entre Occidente y el gigante asiático. El viaje oficial tuvo lugar entre el 10 y 13 de noviembre de 2025, marcando la primera visita de tan alto nivel desde hace casi dos décadas, y buscando estrechar lazos políticos y comerciales en un contexto global convulso.
Desde Pekín, los Reyes españoles firmaron acuerdos que apuntan a la cooperación en sectores clave como la agroindustria y la cultura, intentando mitigar el impacto de las recientes guerras arancelarias que han tensionado el comercio internacional. Uno de los focos fue la promoción del español en universidades chinas y la cooperación en ciencias del mar, además de la apertura de mercados para productos alimentarios como el cerdo y el aceite.
En paralelo, Chile ha avanzado en su propia agenda con China. La Cámara de Comercio de Santiago (CCS) suscribió un convenio con su contraparte en Shenzhen, uno de los polos tecnológicos más dinámicos de Asia, durante la décima versión de Chile Week China, celebrada en octubre. Este acuerdo busca un modelo de trabajo conjunto que potencie la innovación y el desarrollo empresarial entre ambos países, un paso que abre nuevas oportunidades para diversificar la oferta exportable chilena y acercarse a ecosistemas tecnológicos de vanguardia.
Desde el ámbito oficial, fuentes del Ministerio de Relaciones Exteriores de España subrayan que 'España se adhiere a la normativa europea en temas sensibles como Derechos Humanos y tecnología', intentando equilibrar la necesidad de diálogo con China sin apartarse de las líneas de Bruselas.
Sin embargo, analistas y expertos advierten sobre los riesgos de esta cercanía. Alicia García Herrero, del think tank Bruegel, señala que 'China busca proyectar una imagen de España ansiosa por ampliar relaciones, lo que podría complicar la dinámica con Estados Unidos'. Esta tensión refleja la disonancia cognitiva que enfrentan los países europeos y latinoamericanos al navegar entre las presiones de las grandes potencias.
En Chile, la relación con China también suscita debates. Mientras sectores empresariales celebran la alianza con Shenzhen como una puerta a la innovación y a la diversificación exportadora, otros actores sociales y académicos llaman a evaluar con cautela los impactos a largo plazo, especialmente en términos de dependencia tecnológica y comercial.
A casi un mes de estos acontecimientos, se constata que la relación Chile-China y, en extensión, la interacción de España con el gigante asiático, no se reduce a gestos diplomáticos ni a cifras comerciales inmediatas. La firma de acuerdos culturales, empresariales y políticos es apenas el inicio de un proceso complejo que involucra desafíos geopolíticos, económicos y sociales.
Si bien la cooperación en innovación y comercio puede impulsar el desarrollo, también genera interrogantes sobre la soberanía tecnológica, la diversificación de mercados y la coherencia en políticas públicas frente a las tensiones globales. La experiencia reciente sugiere que este diálogo debe ser abordado con una mirada crítica y plural, reconociendo tanto las oportunidades como las limitaciones.
En definitiva, lo que está en juego no es solo la ampliación de lazos comerciales, sino la definición de estrategias nacionales que permitan navegar en un mundo donde la multipolaridad y la competencia entre bloques se intensifican. La historia que se está escribiendo entre Chile, España y China es un llamado a la reflexión profunda, más allá de la urgencia y la superficialidad que suele dominar la agenda informativa.
2025-11-11