
Un verano anticipado que no da tregua. Desde mediados de 2025, Chile ha experimentado un fenómeno climático que ha alterado el ritmo habitual de sus estaciones: las altas temperaturas y la escasez hídrica comenzaron a manifestarse con fuerza desde julio, mucho antes del tradicional inicio del verano austral. La región de Atacama, por ejemplo, ha registrado máximas de hasta 35ºC en septiembre, mientras que la zona central del país enfrenta una primavera fugaz marcada por temperaturas propias del verano y precipitaciones por debajo del promedio histórico.
Esta realidad no es un hecho aislado, sino la expresión palpable de un cambio climático que acelera las transiciones estacionales y exacerba fenómenos extremos. Según informes del Observatorio Climático de la Universidad San Sebastián y la Dirección Meteorológica de Chile (DMC), la influencia combinada de La Niña débil y el calentamiento global ha comprimido las estaciones de transición, generando olas de calor más frecuentes y prolongadas. Paula Santibáñez, directora del Observatorio, explica que "las temperaturas máximas tienden a superar lo normal, con ventanas cálidas intercaladas por frentes de lluvia breves, pero la tendencia general es hacia un clima más cálido y seco".
Desde una perspectiva regional, la situación es heterogénea pero preocupante. En Atacama y la precordillera del norte, las alertas por altas temperaturas se han repetido desde julio, con picos que han alcanzado los 35°C y que han obligado a las autoridades a emitir alertas tempranas preventivas. En el sur, las altas temperaturas han provocado derretimiento acelerado de nieve en la cordillera, elevando el riesgo de crecidas repentinas en ríos y esteros, con impacto directo en ecosistemas y comunidades rurales.
“Hemos tenido un año lluvioso que favorece la vegetación combustible, por lo que anticipamos un verano complejo, más cálido y seco, con alto riesgo de incendios forestales”, advierte Ana María Córdova, meteoróloga de la Universidad de Valparaíso. Esta advertencia cobra relevancia en un contexto donde la escasez hídrica se mantiene crítica: los embalses en la zona central siguen en niveles bajos y los caudales de ríos están por debajo de lo normal, lo que limita la capacidad de respuesta ante emergencias y afecta la agricultura y el consumo doméstico.
Desde el ámbito social, los efectos de estas condiciones se hacen sentir en la salud pública y en la vida cotidiana. Las olas de calor anticipadas afectan especialmente a grupos vulnerables, como niños, adultos mayores y personas con enfermedades crónicas, quienes enfrentan riesgos mayores de deshidratación y golpes de calor. En ciudades como Santiago, la combinación de altas temperaturas y contaminación atmosférica agrava la calidad de vida y aumenta la demanda en servicios de salud.
En el plano económico, sectores como la agricultura, la minería y el turismo enfrentan desafíos crecientes. La agricultura, dependiente del agua, sufre las consecuencias directas de la sequía y el estrés térmico en cultivos. La minería, aunque menos afectada por la temperatura, debe adaptarse a restricciones hídricas y a la gestión ambiental más exigente. Por su parte, el turismo en zonas cordilleranas y costeras debe lidiar con cambios en la estacionalidad y riesgos asociados a incendios y deshielos.
Los debates políticos y sociales en torno a esta realidad son intensos y reflejan diversas perspectivas. Algunos sectores enfatizan la necesidad de acelerar políticas de mitigación y adaptación al cambio climático, incluyendo inversiones en infraestructura hídrica, energías renovables y protección ambiental. Otros plantean la urgencia de incorporar a las comunidades locales en la toma de decisiones y de balancear el desarrollo económico con la sustentabilidad.
“Este fenómeno es un llamado a repensar nuestras formas de vivir y producir, entendiendo que la crisis climática ya no es un escenario futuro, sino una realidad presente que exige respuestas coordinadas y justas”, señala Paula Santibáñez.
Finalmente, la evidencia acumulada permite concluir que Chile enfrenta un nuevo paradigma climático, donde las estaciones tradicionales se diluyen y los extremos térmicos se vuelven norma. Esta transformación implica no solo desafíos técnicos y económicos, sino también sociales y culturales, que requieren diálogo amplio y políticas integrales. La experiencia de 2025 es, en este sentido, un adelanto de lo que podría ser el futuro inmediato si no se adoptan medidas efectivas.
La historia reciente muestra que el cambio climático no es una amenaza distante, sino una fuerza que ya moldea el presente chileno, con consecuencias visibles y duraderas para su gente y su territorio.