
En el último mes, la libertad de prensa en Estados Unidos ha sido objeto de un escrutinio renovado, no solo por las tensiones políticas internas, sino por un fenómeno que ya no es exclusivo del hemisferio norte. El 27 de octubre de 2025, en la 81ª Asamblea Anual de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) en Punta Cana, se confirmó que el autoritarismo y sus ataques a la prensa libre han trascendido las fronteras latinoamericanas para instalarse también en Estados Unidos.
Pierre Manigault, presidente de la SIP, afirmó: “La experiencia de los medios latinoamericanos enfrentando la censura, las campañas sucias, el acoso judicial y las presiones económicas ofrece valiosas lecciones para los editores y periodistas de Estados Unidos.”
En América Latina, la erosión de la libertad de prensa ha sido palpable y multifacética: desde la imposición de leyes restrictivas en Venezuela y Ecuador, hasta la persecución judicial en Guatemala y la criminalización de periodistas en Nicaragua y Venezuela. Más de 300 periodistas han sido forzados al exilio, y decenas permanecen encarcelados bajo cargos cuestionables.
Pero el espejo no solo refleja dictaduras evidentes. Argentina, otrora bastión de la prensa libre, ha visto en apenas dos años un desplome dramático en su ranking mundial de libertad de prensa, coincidiendo con la llegada al poder de líderes que estigmatizan a la prensa independiente y desmantelan medios públicos.
En Estados Unidos, la situación ha evolucionado hacia un escenario donde el presidente en ejercicio y sus aliados despliegan una estrategia sistemática para desacreditar, demandar y presionar a los medios críticos. Desde 2024, 46 de los 50 principales medios han perdido audiencia significativa, mientras plataformas alternativas como Substack crecen exponencialmente.
Desde la derecha más dura, la prensa es vista como “enemigo del pueblo”, con declaraciones incendiarias y demandas multimillonarias contra medios tradicionales. Figuras como Steve Bannon han declarado abiertamente que los medios son el “partido de la oposición”, legitimando un clima hostil que permea en la base electoral.
Por otro lado, periodistas y defensores de la prensa libre insisten en la necesidad de colaboración y resistencia activa. Luz Mely Reyes, directora de Efecto Cocuyo, enfatiza que “nadie será premiado por portarse bien” frente al poder autoritario, llamando a la valentía y la unidad regional.
El consenso emergente apunta a tres áreas clave para enfrentar esta embestida:
La realidad es que el autoritarismo ya no es un mal exclusivo de nuestros países, sino una amenaza compartida que exige respuestas conjuntas. La prensa independiente, aunque golpeada, sigue siendo un pilar fundamental para la democracia, y su defensa requiere más que resiliencia: es necesaria una resistencia activa que trascienda fronteras y sectores.
Este escenario plantea una disonancia cognitiva constructiva: mientras el poder busca fragmentar y desacreditar, la sociedad civil y los medios deben articularse para reconstruir confianza y fortalecer el periodismo profesional.
En definitiva, la historia reciente de América Latina ofrece tanto advertencias como lecciones: la libertad de prensa no se defiende con tibieza ni en solitario. La alianza hemisférica es imperativa para enfrentar un adversario común que, aunque cambie de rostro, mantiene su esencia autoritaria.
Fuentes: Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), EL PAÍS (2025-10-27).