
Una partida de ajedrez geopolítica con piezas militares y civiles en movimiento. Desde septiembre pasado, la región caribeña ha sido escenario de una escalada que ha dejado al descubierto las tensiones latentes entre Estados Unidos y Venezuela, con Puerto Rico como base estratégica y la resistencia civil venezolana como contrapeso inesperado.El 17 de septiembre, comenzaron las obras de reconstrucción y repavimentación en la antigua base naval Roosevelt Roads en Puerto Rico, un enclave clave que, tras más de dos décadas cerrado, ha sido revitalizado para albergar maniobras militares de alto nivel. Las imágenes difundidas por la 22ª Unidad Expedicionaria de Marines muestran ejercicios que van desde desembarcos anfibios hasta operaciones en terrenos selváticos, simulando condiciones similares a las venezolanas.
En paralelo, el 20 de septiembre, el ejército venezolano desplegó civiles en Caracas para capacitarlos en defensa personal, manejo de armas y pensamiento ideológico. La iniciativa, impulsada por Nicolás Maduro y Diosdado Cabello, busca consolidar un frente popular ante la amenaza percibida de una intervención estadounidense. Talleres en barrios como Petare evidencian un esfuerzo por dotar a la población de herramientas para resistir, con un discurso que apela a la defensa de la patria más allá de diferencias políticas.
Desde Washington, las voces se dividen. Mientras el expresidente Donald Trump ha intensificado su retórica contra Maduro, insinuando que una ofensiva terrestre es inminente —“Lo siguiente será la tierra”—, dentro de la administración las posturas no son unánimes. Marco Rubio, secretario de Estado, adopta una línea dura y presiona por acciones concretas, mientras otros sectores muestran cautela ante el riesgo de un conflicto militar descontrolado.
Expertos consultados por medios internacionales indican que el despliegue masivo de tropas, aeronaves y barcos —incluido el portaaviones Gerald Ford y el buque MV Ocean Trader, vinculado a fuerzas especiales— no solo busca una eventual operación, sino también ejercer presión política sobre el régimen venezolano.
Desde Caracas, el régimen chavista ha buscado respaldo en aliados tradicionales como Rusia, Irán y China, aunque analistas coinciden en que estos países no están dispuestos a enviar tropas significativas que puedan escalar el conflicto. En cambio, la estrategia se centra en consolidar la lealtad interna mediante la corrupción y la represión, y en fortalecer la capacidad de resistencia civil.
La reciente victoria electoral de la oposición liderada por María Corina Machado, con un 67% de los votos en la coalición opositora, añade un nuevo elemento al tablero. Maduro se autoproclamó vencedor, pero la legitimidad del proceso está en disputa, y en Washington se percibe una ventana para un cambio político, ya sea por vías electorales o por presión externa.
Las consecuencias de esta tensión son múltiples y complejas. Por un lado, la militarización creciente en una región históricamente volátil puede desatar enfrentamientos directos o incidentes que escalen rápidamente. Por otro, la movilización civil venezolana refleja un país polarizado, donde la guerra no solo es de ejércitos sino de narrativas y voluntades.
Finalmente, la acumulación de fuerzas estadounidenses en el Caribe es la mayor desde 1994, cuando se intervino en Haití. Esto no solo implica un riesgo inmediato, sino también un desafío para la estabilidad regional, con impactos en migración, economía y seguridad.
La historia reciente muestra que ni la fuerza bruta ni la resistencia popular son garantías de victoria. Lo que está en juego es la soberanía, la legitimidad y la supervivencia de un modelo político en un contexto de presiones externas e internas. Los próximos meses serán decisivos para definir si la tensión se traduce en un conflicto abierto o en un estancamiento prolongado, con consecuencias duraderas para toda América Latina.
2025-10-31