El Caso Montoya: Radiografía de un Secuestro que Desnudó el Nuevo Rostro del Crimen en Chile

El Caso Montoya: Radiografía de un Secuestro que Desnudó el Nuevo Rostro del Crimen en Chile
2025-07-09

- Más que una víctima: El secuestro del exalcalde Gonzalo Montoya no fue aleatorio, sino una operación dirigida por una banda especializada que explotó su vulnerable y oculta vida personal.

- Un nuevo paradigma criminal: El caso consolidó la irrupción del secuestro extorsivo en Chile, un método importado por bandas transnacionales que utilizan la tortura psicológica y la tecnología para presionar a sus víctimas.

- Ecos de una amenaza mayor: La investigación conectó a los captores con redes criminales más amplias, revelando un ecosistema delictual donde las armas, los métodos y los miembros rotan, vinculando este hecho con otros crímenes de alto impacto que han sacudido al país.

Inicio Contextualizado: La Caída de un Peón en un Tablero Mayor

A más de 90 días del mediático secuestro del exalcalde de Macul, Gonzalo Montoya, la captura de Israel Useche Galue, un joven venezolano de 18 años, no cerró el caso; por el contrario, abrió la puerta a una comprensión más profunda y perturbadora del fenómeno. Lo que comenzó como la noticia del rapto de una figura pública, se ha decantado en la crónica de cómo las vulnerabilidades personales pueden convertirse en el principal activo para el crimen organizado. El caso Montoya ya no es solo sobre un hombre, sino sobre la anatomía de un nuevo tipo de delito que se instala en Chile, uno que se alimenta de secretos y opera con una lógica empresarial de la violencia.

Desarrollo Analítico: 48 Horas de Terror y una Investigación Reveladora

Entre el 26 y 29 de junio de 2025, Gonzalo Montoya vivió un calvario. Capturado por una célula criminal, fue sometido a torturas físicas y psicológicas. Sus captores, lejos de la improvisación, ejecutaron un guion bien estudiado: enviaron a la familia videos de la víctima golpeada y amenazada, exigiendo un rescate de 50.000 dólares a través de transferencias a cuentas en plataformas financieras internacionales. La liberación de Montoya, tras el pago de una suma no determinada, marcó el fin de su cautiverio pero el inicio de una investigación que destaparía una trama más compleja.

El Equipo Contra el Crimen Organizado y Homicidios (ECOH) de la Fiscalía y la Brigada de Investigaciones Policiales Especiales (BIPE) de la PDI rápidamente descartaron el móvil político. Las pistas apuntaban a una banda conocida: “Los Mapaches”, una organización criminal compuesta mayoritariamente por ciudadanos venezolanos en situación irregular, especializada en secuestros extorsivos en el sector del Parque Almagro, en Santiago.

El modus operandi de la banda consistía en identificar y atraer a sus víctimas a través de redes de prostitución para luego extorsionarlas. En el caso de Montoya, los delincuentes no solo sabían de su presunta “doble vida” —que incluía una relación extramarital, un hijo no reconocido con una mujer extranjera y el supuesto consumo de servicios sexuales—, sino que también manejaban un dato clave: la existencia de una gran cantidad de dinero en efectivo en su domicilio. Los videos con los que lo extorsionaban, según trascendió en la investigación, lo mostraban en situaciones comprometedoras, presuntamente con menores de edad. Montoya no fue elegido al azar; fue un blanco de alto valor por su perfil público y, paradójicamente, por sus secretos.

La detención de Useche Galue en un hostal del Barrio Yungay, con las maletas listas para huir al sur del país, confirmó su participación directa en la captura, custodia y tortura de Montoya, además de haber realizado giros de dinero desde sus tarjetas. Su caída, sin embargo, solo expuso una pieza de un engranaje mayor.

Perspectivas Contrastadas: Un Fenómeno, Múltiples Lecturas

La reacción de las autoridades reflejó la complejidad del desafío. La Subsecretaria de Prevención del Delito, Carolina Leitao, mantuvo una postura de cautela institucional, evitando confirmar la hipótesis de una red de explotación sexual infantil vinculada al caso, pero subrayando la gravedad del delito de secuestro y la determinación del Estado en perseguir a los responsables. Su discurso buscaba transmitir control estatal sin interferir en una investigación con aristas profundamente sensibles y potencialmente explosivas.

Desde la Fiscalía, la perspectiva fue más operativa y estratégica. El fiscal Héctor Barros enmarcó la detención de Useche Galue no como un triunfo aislado, sino como un golpe a “los últimos componentes del grupo de Los Mapaches”, una banda de la cual ya había 15 miembros en prisión preventiva. Esta visión presenta una lucha constante y adaptativa contra células criminales que, aunque debilitadas, siguen operando.

Sin embargo, para entender la magnitud del fenómeno, es necesario ampliar el foco más allá de “Los Mapaches”. Investigaciones previas, como la que siguió la pista de “la pistola perdida del Tren de Aragua”, ofrecen un contexto estructural. Dicha pesquisa, gracias al sistema balístico IBIS, demostró que una sola arma fue utilizada en el asesinato del cabo Daniel Palma (abril de 2023), en una masacre de cinco personas en Lampa días después, y en otros dos homicidios previos. Este hallazgo reveló una práctica inquietante: las armas de alto poder circulan y se arriendan entre distintas células criminales, lo que demuestra una logística y una red de cooperación que trasciende a una sola banda. El secuestro de Montoya, aunque ejecutado por “Los Mapaches”, resuena con los métodos y la audacia de organizaciones mayores como el Tren de Aragua, cuya presencia transnacional ha sido confirmada con operativos en Perú y otros países de la región.

Contexto y Estado Actual: Un Desafío Sistémico sin Resolver

El caso Montoya marca un punto de inflexión. El crimen en Chile ha evolucionado de la violencia predatoria de la “encerrona” a la violencia instrumental y psicológica del secuestro extorsivo. Este salto cualitativo obliga a la sociedad y al Estado a enfrentar una disonancia cognitiva: las dinámicas criminales que se percibían como lejanas, propias de otras latitudes latinoamericanas, ya están instaladas en el país.

Actualmente, la investigación sigue abierta. Los principales miembros de la célula que secuestró a Montoya continúan prófugos, y se presume que podrían haber abandonado el país, evidenciando la porosidad de las fronteras y la facilidad con que estos grupos se movilizan. Al mismo tiempo, persiste una incómoda interrogante sobre el propio exalcalde y su posible vinculación con redes de explotación, una arista que la justicia deberá dilucidar.

El caso, por tanto, deja una lección compleja: la seguridad pública ya no depende únicamente de la acción policial, sino también de la comprensión de las vulnerabilidades sociales y personales que el crimen organizado ha aprendido a explotar con brutal eficacia. La pistola del Tren de Aragua sigue perdida, y su eco resuena en cada nuevo acto de violencia, recordándonos que el tablero del crimen es más grande y complejo de lo que parece, y que la caída de un peón es solo el preludio de una partida que está lejos de terminar.

La historia ha evolucionado desde el impacto inicial del suceso hacia una fase de mayor claridad judicial y narrativa. Con la detención de los implicados y la revelación de los móviles, es posible realizar un análisis profundo sobre la naturaleza del nuevo crimen organizado, sus métodos y las vulnerabilidades sistémicas que expone. El paso del tiempo permite examinar las consecuencias políticas y sociales del caso, ofreciendo un contexto completo que trasciende la crónica inmediata.