
Estados Unidos se encuentra en medio de una transformación económica que, lejos de ser una reacción puntual, muestra signos de consolidar un modelo híbrido conocido como 'capitalismo de Estado'. Desde la inversión directa de casi US$ 9 mil millones en Intel, que otorga al gobierno un control significativo, hasta acuerdos que imponen impuestos a la exportación de productos tecnológicos, la administración Trump ha impulsado una agenda que reconfigura la relación entre Estado y mercado.
Este fenómeno, aunque con antecedentes históricos en momentos de crisis como la Segunda Guerra Mundial o la pandemia de COVID-19, adquiere ahora una dimensión más estructural. La influencia directa del gobierno en la toma de decisiones empresariales y la priorización de intereses estratégicos nacionales marcan un claro distanciamiento del paradigma clásico de libre mercado que hasta hace poco definía la economía estadounidense.
Desde el punto de vista político, el debate es intenso y polarizado. Por un lado, sectores conservadores y liberales tradicionales alertan sobre la erosión de la competencia y la posible distorsión de los mercados, enfatizando que la intervención estatal puede generar ineficiencias y riesgos para la innovación. En cambio, voces más pragmáticas y progresistas argumentan que esta estrategia responde a la necesidad de proteger industrias críticas frente a la competencia global, especialmente ante el avance tecnológico y económico de China.
Según el economista estadounidense Mark Peterson, "este giro refleja una pérdida de confianza en el libre mercado para garantizar la seguridad y prosperidad nacional, y abre la puerta a un modelo donde lo político y lo económico se entrelazan de forma inseparable".
En el plano regional, los estados industriales del llamado “Cinturón de Óxido” han sido clave para sostener esta política, buscando recuperar empleos y revitalizar sectores que sufrieron con la deslocalización productiva. Sin embargo, la respuesta ciudadana no es homogénea. Mientras algunos sectores laborales ven en esta intervención una oportunidad para reactivar la economía local, otros temen que el control estatal derive en burocratización y pérdida de libertades económicas.
Desde una perspectiva global, este cambio en la economía estadounidense genera incertidumbre. La posible imitación de un modelo que se asemeja en algunos aspectos al sistema chino, con un Estado que no solo regula sino que también dirige la economía, podría alterar las reglas del juego internacional. Esto afecta no solo a socios y competidores, sino también a la estructura misma de los mercados globales.
La analista internacional María González señala que "estamos ante un punto de inflexión que podría redefinir la dinámica económica mundial, con Estados Unidos transitando hacia un sistema donde la política y la economía se funden, en un contexto de rivalidad geopolítica creciente".
Finalmente, es necesario destacar que, aunque las medidas actuales parecen responder a intereses estratégicos y de corto plazo, el fenómeno pone sobre la mesa una discusión más profunda sobre la legitimidad y sostenibilidad del modelo económico vigente. La crisis de confianza en el libre mercado, exacerbada por las transformaciones tecnológicas y sociales, impulsa a gobiernos a buscar nuevas fórmulas para garantizar estabilidad y crecimiento.
El capitalismo de Estado en EE.UU. no es una mera anécdota, sino un desafío que obliga a repensar las bases del sistema económico global y sus implicancias para la democracia, la competencia y el bienestar social. Esta historia, lejos de cerrarse, continuará desarrollándose con consecuencias que aún están por verse, pero que ya han comenzado a transformar la escena económica y política mundial.
2025-11-12
2025-11-02
2025-11-12