
En un escenario donde la música chilena ha transitado por ciclos de consolidación y estancamiento, la irrupción de nuevos artistas como Angelo Pierattini, Las Calles Vacías, domnea, Vicente Cifuentes y Pablo Pesadilla ha marcado un punto de inflexión desde mediados de 2025. Estos músicos, cada uno con estilos que van desde el pop experimental hasta la fusión electrónica con raíces locales, han generado un movimiento que no solo renueva el espectro sonoro nacional, sino que también abre un debate profundo sobre la identidad cultural y las dinámicas de la industria musical en Chile.
El fenómeno comenzó a gestarse a fines de 2024 y se consolidó en los primeros meses de 2025, cuando estas propuestas comenzaron a ganar espacios en plataformas digitales y escenarios independientes, trascendiendo el circuito tradicional de radios y festivales masivos. Esta transición ha sido acompañada por una audiencia joven y crítica que busca en la música no solo entretenimiento, sino también un reflejo de sus inquietudes sociales y culturales.
Desde una perspectiva política, sectores progresistas destacan este movimiento como una expresión legítima de la diversidad cultural y una forma de resistencia frente a la homogeneización del mercado musical. La socióloga cultural Marcela Rojas señala que “estos nuevos sonidos representan una ruptura necesaria con el centralismo y la comercialización excesiva que ha dominado la escena local”. En contraste, voces más conservadoras advierten que la fragmentación musical podría dificultar la consolidación de una identidad nacional unificada, poniendo en riesgo la proyección internacional del país.
A nivel regional, artistas como Las Calles Vacías, con su base en Valparaíso, han revitalizado la escena local, generando un diálogo entre la tradición porteña y las nuevas tendencias globales. Esto ha provocado un efecto dominó que impulsa a otras ciudades a fomentar espacios para la creación y difusión musical, desafiando la histórica concentración en Santiago.
En el ámbito social, la recepción del público ha sido diversa. Mientras un sector celebra la innovación y la inclusión de temáticas contemporáneas como la salud mental, la migración y la desigualdad, otro grupo muestra resistencia ante la pérdida de referentes clásicos y el cambio acelerado en los estilos musicales. El crítico musical Jorge Fuentes apunta que “la música es un espejo de la sociedad; estos cambios reflejan tensiones generacionales y culturales que necesitan ser entendidas, no simplemente juzgadas”.
En términos económicos, esta nueva ola ha demostrado ser un motor para la economía creativa, generando oportunidades para emprendimientos vinculados a la producción, distribución y promoción musical independiente. Sin embargo, persisten desafíos estructurales como la precariedad laboral y la concentración de recursos en grandes plataformas digitales.
Hoy, a seis meses de la emergencia de este fenómeno, se puede constatar que no se trata de una moda pasajera, sino de un proceso de transformación profunda en la escena musical chilena. Las distintas miradas en juego evidencian que la música no es solo un arte, sino también un campo de batalla simbólico donde se negocian identidades, poderes y futuros posibles.
En definitiva, la renovación musical chilena de 2025 invita a observar con atención y paciencia cómo se configuran estos nuevos relatos sonoros, entendiendo que en la diversidad y el conflicto está la semilla para una cultura más rica y plural.