
En un movimiento que ha generado expectación y debate, Harold Mayne-Nicholls realizó en septiembre una gira por Silicon Valley, el epicentro mundial de la innovación tecnológica. Su objetivo declarado fue claro: aprender y traer a Chile herramientas para modernizar el Estado y mejorar la gestión pública a través de la inteligencia artificial (IA). Más de dos meses después, el análisis de esta apuesta muestra un escenario complejo, donde convergen entusiasmo, críticas y desafíos estructurales.
Durante su estadía, Mayne-Nicholls se reunió con figuras destacadas como Jim Steyer, CEO de Common Sense Media, y Christian Van Der Henst, emprendedor guatemalteco y referente en educación digital. También visitó universidades como Stanford y empresas emblemáticas como YouTube e IDEO, donde discutió sobre innovación, aprendizaje digital y soluciones creativas aplicadas a la administración pública.
“La inteligencia artificial va a tener un rol preponderante. Es la base del futuro y del conocimiento”, afirmó el candidato a través de sus redes sociales, mostrando un discurso optimista y una visión de liderazgo tecnológico.
Desde el espectro político, la recepción ha sido dispar. Sectores progresistas valoran la intención de modernizar el Estado y reconocen que la IA puede ser una herramienta para mejorar la eficiencia y transparencia gubernamental. Sin embargo, voces críticas advierten que la tecnología no es una panacea y que sin reformas profundas en la estructura estatal y en la capacitación del funcionariado, los avances serán limitados.
En el ámbito social, organizaciones de derechos digitales y expertos en ética tecnológica han señalado la necesidad de establecer marcos regulatorios claros para el uso de la IA, alertando sobre riesgos de exclusión, vigilancia y pérdida de privacidad.
La gira también incluyó encuentros con miembros de la comunidad chilena en Estados Unidos vinculados a la tecnología, lo que refleja un interés por aprovechar el capital humano y las redes transnacionales. No obstante, la brecha tecnológica entre regiones chilenas y la capital persiste como un obstáculo para una implementación equitativa.
Además, la conversación sobre la conservación de los cielos chilenos, abordada con la estudiante de doctorado Bernardita Ried en Stanford, introduce un matiz ambiental que recuerda que la innovación debe ser sostenible y respetuosa del patrimonio natural.
El balance de esta historia, a más de dos meses, permite concluir que el viaje de Mayne-Nicholls no fue solo un gesto simbólico, sino un intento serio de incorporar la IA en la agenda pública. Sin embargo, la tecnología por sí sola no resolverá los problemas estructurales del Estado chileno.
El desafío para el candidato y su eventual gobierno será traducir el conocimiento adquirido en Silicon Valley en políticas públicas concretas, que consideren las múltiples dimensiones sociales, éticas y regionales que implica la digitalización.
Por último, esta historia pone en evidencia la tensión entre la promesa tecnológica y la realidad política y social, un duelo que seguirá desplegándose en los próximos meses y que invita a la ciudadanía a mirar con atención y pensamiento crítico el rumbo que Chile quiere tomar en la era digital.