
En septiembre de 2025, el entonces candidato presidencial Harold Mayne-Nicholls realizó un viaje que, a simple vista, podría parecer una típica gira de campaña internacional. Sin embargo, su agenda en Silicon Valley y San Francisco reveló una apuesta decidida por la innovación tecnológica y la inteligencia artificial (IA) como ejes centrales para un eventual gobierno. Más allá de la foto y el titular, esta visita ha ido madurando en su significado y consecuencias políticas y sociales, con ecos que aún resuenan hoy, dos meses después.
Mayne-Nicholls se reunió con figuras claves del mundo tecnológico —desde el CEO de Common Sense Media hasta emprendedores latinoamericanos en el ecosistema de Silicon Valley—, buscando aprender y traer a Chile modelos de modernización estatal y digitalización de servicios públicos. Su énfasis en la IA no fue casual: “La inteligencia artificial va a tener un rol preponderante. Ahí está la base del futuro. La base del conocimiento”, afirmó en sus redes sociales.
Este discurso, que en campaña sonó a promesa, ha generado reacciones encontradas en el espectro político chileno. Mientras sectores progresistas y tecnocráticos celebran la intención de impulsar una transformación digital profunda, voces más críticas advierten sobre los riesgos de una dependencia tecnológica sin un debate social robusto. Para algunos, la apuesta por la IA abre una ventana hacia la eficiencia y la innovación; para otros, es un riesgo de exclusión y concentración de poder.
Desde la centroizquierda, se valora la intención de modernizar el Estado, pero se exige que esta modernización sea inclusiva y respetuosa de derechos fundamentales. “No basta con incorporar tecnología; se necesita garantizar que todos los ciudadanos tengan acceso y voz en esta transformación”, advierte una académica experta en políticas públicas.
En la derecha, algunos sectores ven en la visita una oportunidad para fortalecer alianzas con el mundo empresarial y atraer inversión extranjera, especialmente en sectores de alta tecnología y startups. Sin embargo, otros alertan que la dependencia excesiva de modelos externos puede debilitar la soberanía tecnológica nacional.
Un detalle no menor fue la interacción de Mayne-Nicholls con la comunidad chilena radicada en California, especialmente con profesionales vinculados a la tecnología y la IA. Este contacto, más allá de lo simbólico, refleja una intención de incorporar diálogos transnacionales y aprovechar redes de conocimiento que podrían beneficiar a Chile.
Además, la visita a la Universidad de Stanford y el encuentro con jóvenes científicos chilenos, como la doctora en astronomía Bernardita Ried, subrayaron la importancia de los recursos naturales y culturales nacionales, como la conservación de los cielos chilenos, en la agenda tecnológica.
A la luz de los hechos, la agenda tecnológica de Mayne-Nicholls representa un desafío para la política chilena: cómo integrar la innovación sin perder de vista la justicia social y la identidad nacional. La visita a Silicon Valley no fue solo un guiño al mundo emprendedor, sino una declaración de intenciones que ha puesto en jaque a los distintos actores políticos y sociales.
Lo que emerge con claridad es que la transformación digital y la IA no son solo herramientas técnicas, sino terrenos donde se libran batallas por el modelo de país que Chile quiere ser. La tensión entre modernización y equidad, entre apertura global y soberanía local, es el verdadero coliseo donde se juega esta historia.
La invitación para el lector es a observar este proceso con distancia y profundidad, entendiendo que detrás de cada avance tecnológico hay decisiones políticas y sociales que definirán el futuro de Chile. La historia sigue, y la inteligencia artificial, más que un concepto abstracto, es hoy un protagonista tangible en la arena nacional.