Lo que comenzó hace más de dos meses como una serie de críticas en redes sociales, ha madurado hasta convertirse en un capítulo fundamental sobre los contrapesos de poder en la economía más grande del mundo. La ofensiva del presidente Donald Trump contra la Reserva Federal (Fed) y su presidente, Jerome Powell, dejó de ser un ruido pasajero para transformarse en un caso de estudio sobre la tensión entre el poder político cortoplacista y la autonomía técnica de un banco central. A meses de los primeros ataques, las consecuencias de este choque son visibles no solo en los pasillos de Washington, sino también en la fluctuación de los mercados internacionales y, por extensión, en indicadores tan locales como el precio del dólar en Chile.
La cronología del conflicto revela una escalada calculada. En abril, Trump exigió públicamente el despido de Powell, a quien él mismo nominó, calificando sus informes de “completo desastre” por no bajar las tasas de interés para estimular la economía. La retórica no se detuvo ahí. A lo largo de junio, los epítetos escalaron a “tonto”, “estúpido” y “destructivo”, acusando a la junta de la Fed de ser “cómplice” de una política monetaria que, según el mandatario, le costaba miles de millones de dólares a Estados Unidos. El argumento presidencial era simple y directo: si el Banco Central Europeo (BCE) recortaba las tasas, ¿por qué la Fed no hacía lo mismo para ganar la “guerra comercial”?
Esta presión generó una incertidumbre inmediata. Como reportaron medios chilenos, el 21 de abril el dólar experimentó una caída significativa en el país, llegando a los $958, una reacción directa del mercado al temor de que la independencia de la Fed fuera vulnerada. Analistas locales como Ignacio Mieres de XTB Latam y Felipe Sepúlveda de Admirals vincularon directamente la volatilidad del peso chileno con las “amenazas directas de destituir” a Powell, demostrando cómo una disputa institucional en Washington tiene ecos directos en la economía nacional.
El conflicto expone tres lógicas irreconciliables:
Este enfrentamiento no es una anécdota, sino una prueba de fuego para una estructura económica diseñada tras décadas de crisis. La independencia de los bancos centrales se consolidó globalmente para evitar que los gobiernos de turno imprimieran dinero para financiar sus gastos o estimular artificialmente la economía, lo que históricamente ha conducido a espirales inflacionarias destructivas. La insistencia de Powell en su autonomía no es solo una defensa personal o corporativa, sino la protección de un dique institucional que separa las decisiones técnicas de las presiones políticas.
Al día de hoy, el conflicto se encuentra en un tenso punto muerto. Donald Trump no ha cesado en sus críticas, manteniendo la presión pública. Jerome Powell, respaldado por la estructura legal de la Reserva Federal y un consenso mayoritario en el mundo económico, sigue al mando, decidido a completar su mandato. La “silla eléctrica” de la Fed, como se ha descrito a su presidencia, sigue ocupada por un técnico que se niega a ceder ante el poder político. El resultado de este pulso definirá no solo el futuro de la política monetaria estadounidense, sino también la fortaleza de sus instituciones frente a los embates del populismo.