Corea del Norte y su ocaso ideológico: el último deseo de un veterano que desafía el tiempo y la historia

Corea del Norte y su ocaso ideológico: el último deseo de un veterano que desafía el tiempo y la historia
Internacional
Asia
2025-11-16
Fuentes
english.elpais.com www.latercera.com elpais.com www.latercera.com www.latercera.com www.latercera.com www.latercera.com www.bbc.com www.latercera.com www.latercera.com www.latercera.com www.latercera.com www.latercera.com elpais.com

- Un excombatiente norcoreano de 95 años que pasó 42 años preso en Corea del Sur reclama regresar a su país.

- Una historia que desafía la narrativa común sobre el régimen norcoreano y sus presos políticos.

- Un choque entre memoria, ideología y derechos humanos en un contexto geopolítico congelado.

Ahn Hak-seop es un hombre que parece haber detenido el reloj en la penumbra de una iglesia cerca de la zona desmilitarizada entre Corea del Norte y Corea del Sur. Nacido en 1930, combatió para Corea del Norte durante la Guerra de Corea y fue capturado en 1953, pasando 42 años en prisión en el sur acusado de espionaje. A sus 95 años, su historia se ha convertido en un enigma que desafía las certezas sobre la división de la península y la naturaleza del régimen norcoreano.

En un mundo donde la mayoría de los desertores de Corea del Norte intentan huir del país, Ahn desea regresar. 'Tengo que morir allí', afirma con una convicción que hiela la sangre y conmueve a la vez. Su negativa a renunciar a la ideología comunista, pese a décadas de tortura y aislamiento, lo ha convertido en un símbolo de los llamados "no convertidos": prisioneros que resistieron las presiones para abandonar sus creencias políticas.

El relato de Ahn no solo es un testimonio de resistencia, sino también una tragedia humana que expone las grietas en la narrativa oficial de ambos países. Durante su cautiverio, fue sometido a torturas brutales —desde simulacros de ahogamiento hasta la constante exposición a agua helada— en un intento sistemático de quebrar su voluntad. Sin embargo, jamás cedió. Su mirada firme y su discurso antiestadounidense reflejan un mundo ideológico que parece inamovible, incluso a punto de extinguirse.

Desde el sur, la petición de Ahn para regresar a Corea del Norte ha generado un debate que trasciende lo legal y lo político. Activistas y grupos de derechos humanos han organizado manifestaciones y conferencias de prensa para exigir que el gobierno surcoreano permita su retorno, argumentando que su permanencia en el sur es una forma de castigo perpetuo e ilegal. 'Fue un prisionero de guerra según la Convención de Ginebra y debería haber sido repatriado', sostiene uno de sus defensores.

Por otra parte, el régimen norcoreano permanece en silencio. No ha emitido declaraciones oficiales sobre su caso, un silencio que puede interpretarse como indiferencia, estrategia o un cálculo político en un tablero donde cada movimiento es medido con cautela.

Este episodio se inscribe en un contexto más amplio de tensiones y contradicciones. Corea del Norte, uno de los países más herméticos y represivos del mundo, intensifica su control interno y castiga con severidad la difusión de información extranjera, según informes recientes de la ONU y organizaciones internacionales. En los últimos años, ha aumentado el número de ejecuciones públicas por ver películas o series extranjeras, una medida que busca mantener la hegemonía ideológica del régimen.

Sin embargo, la figura de Ahn nos recuerda que la historia no es lineal ni uniforme. Su apego a una causa que para muchos es sinónimo de opresión y aislamiento invita a repensar nociones como identidad, lealtad y memoria. El veterano no solo quiere morir en la tierra que considera su hogar, sino que también representa una resistencia simbólica a la narrativa dominante que divide a la península desde hace más de siete décadas.

Como espectadores de esta tragedia contemporánea, somos testigos de un choque entre la historia vivida y la historia oficial. Ahn Hak-seop es el último vestigio de un tiempo que parece extinguirse, pero que aún arroja sombras sobre la geopolítica asiática y el destino de millones de personas atrapadas en la división.

En definitiva, la historia de Ahn es también un espejo para el mundo: muestra cómo la guerra fría sigue viva en las heridas abiertas de la península coreana y cómo las convicciones personales pueden desafiar incluso el paso inexorable del tiempo y la presión de los sistemas políticos más implacables.