A más de dos meses de que el medio de investigación CIPER publicara una serie de videos grabados por la propia cámara corporal del ex teniente coronel de Carabineros, Claudio Crespo, el eco de sus palabras y acciones aún resuena en el debate público. Los registros, exhibidos en el marco del juicio en su contra por las lesiones que dejaron ciego a Gustavo Gatica, no solo aportaron pruebas a una causa judicial emblemática, sino que forzaron a la sociedad chilena a mirar de frente, una vez más, las heridas abiertas y las narrativas en pugna que dejó el estallido social de 2019.
Los videos, fechados entre noviembre y diciembre de 2019, muestran a Crespo en el epicentro de las protestas en Plaza Italia. Las imágenes son crudas y exponen una violencia verbal y física que trasciende el fragor del momento. Entre ellas, destacan frases que se han vuelto tristemente célebres:
> “Cagaste, flaco, cagaste. Te vamos a sacar los ojos, culiao. ¿Escuchaste, o no?”
Esta amenaza, proferida cuando la crisis de los traumas oculares ya era una denuncia internacional, se suma a otras interacciones: su indiferencia ante un aviso de que una persona se estaba quemando (“Que se queme, el culiao. Que se queme”), su orden de agredir a transeúntes (“agarrai a palos a los culiaos que pasen”), y agresiones directas como tomar del cuello a un detenido o arrancarle un mechón de pelo para luego mofarse en un chat de WhatsApp.
La revelación de los videos y la posterior reacción de Crespo catalizaron la polarización latente. Lejos de mostrar arrepentimiento, el ex oficial se reafirmó en su actuar desde el frontis del Centro de Justicia:
> “Yo no me arrepiento de nada. Yo sigo con mi frente en alto y digan lo que quieran, me importa un comino. Lo que se vivía en ese tiempo era extrema violencia. ¿Qué quieren?”.
Su postura activó de inmediato dos interpretaciones antagónicas sobre los hechos y, por extensión, sobre el estallido social.
1. La Validación del Abuso y la Lucha por la Memoria:
Para las víctimas, organizaciones de derechos humanos y una parte importante de la ciudadanía, los videos fueron la confirmación irrefutable de lo que venían denunciando desde 2019: un actuar policial sistemático que violó protocolos y derechos fundamentales. Las imágenes no muestran a un funcionario sobrepasado, sino a un líder operativo que imparte órdenes que contravienen la norma y la dignidad humana. Desde esta óptica, el caso Crespo es emblemático de una cultura institucional de violencia y de la lucha por evitar que la impunidad selle uno de los capítulos más dolorosos de la historia reciente de Chile.
2. La Justificación del Orden y la Tensión del Momento:
En el otro extremo del espectro político, las acciones de Crespo fueron defendidas como una respuesta comprensible, e incluso necesaria, ante la violencia de los manifestantes. El líder del Partido Republicano, José Antonio Kast, justificó el lenguaje del ex carabinero como producto de “la tensión y la adrenalina”. El diputado Johannes Kaiser fue más allá, afirmando que, en su opinión, la policía debió usar munición letal:
> “Muchos, de la mano de lo que es la legislación vigente, debieron haber sacado sus armas de fuego y debieron haber disparado. De fuego, con munición real”.
Esta perspectiva enmarca los hechos en una lógica de guerra contra un enemigo interno (“la primera línea”), donde los excesos verbales son un mal menor y la defensa del orden público justifica la transgresión de los protocolos. Para este sector, Crespo es una víctima de una “persecución política” orquestada por la izquierda y los organismos de derechos humanos.
El caso Crespo no puede entenderse como un hecho aislado. Se inscribe en el fenómeno de los más de 400 casos de trauma ocular que se convirtieron en el símbolo de la represión durante el estallido, una herida visible en el cuerpo social chileno. La controversia reactiva preguntas fundamentales sobre la reforma a Carabineros, los límites del uso de la fuerza y la capacidad del sistema judicial para procesar crímenes cometidos por agentes del Estado.
Incluso dentro del tribunal, la tensión entre las distintas valoraciones del daño se hizo palpable cuando la magistrada que preside el juicio calificó como “irrelevante para el tribunal” el episodio en que Crespo arranca un mechón de pelo a un detenido, un gesto que para las víctimas simboliza un acto de humillación y abuso de poder.
El juicio contra Claudio Crespo por las lesiones a Gustavo Gatica seguirá su curso legal y culminará con un veredicto. Sin embargo, la publicación de estos videos ya ha emitido un juicio social y político que sigue en pleno desarrollo. El caso ha trascendido la figura del ex oficial para convertirse en un referéndum sobre la memoria del estallido social.
La sociedad chilena se ve confrontada a decidir qué narrativa prevalecerá: ¿la de un levantamiento ciudadano legítimo reprimido con brutalidad, o la de una explosión de violencia delictual que exigía mano dura? Los videos de Claudio Crespo no ofrecieron una respuesta, sino que expusieron la profundidad de la fractura. El debate no está cerrado; simplemente, ha entrado en una nueva y más cruda etapa.