
Un golpe silencioso pero profundo ha sacudido a la industria de los aserraderos en Chile. Entre fines de 2019 y finales de 2024, el número de aserraderos se redujo de 957 a 763, lo que representa un cierre del 20,3%, según datos del Instituto Forestal (Infor). Este fenómeno no solo refleja un ajuste económico, sino que pone en jaque la viabilidad de las pequeñas y medianas empresas (PYME) del sector, cuyos impactos sociales y económicos comienzan a manifestarse con fuerza en las regiones más afectadas.
En el epicentro de esta crisis están regiones como Ñuble y Los Lagos, donde los cierres alcanzaron caídas del 35,6% y 28,8% respectivamente. Comunidades rurales, que dependen de estos aserraderos para sostener familias y economías locales, ven cómo se desmorona un tejido productivo que no solo genera empleo, sino que alimenta un entramado social difícil de reemplazar.
Michel Esquerré, presidente nacional de PymeMad, la asociación que agrupa a más de cien pequeñas y medianas madereras, advierte que “esta crisis lleva seis meses sostenida, provocando cierres y reestructuraciones masivas”. La pérdida estimada de empleos en el sector asciende a 3.500 puestos en este quinquenio, muchos de ellos en zonas con altos índices de pobreza.
Desde la perspectiva regional, Víctor Sandoval, presidente de PymeMad en Biobío, describe un escenario marcado por problemas estructurales: “Falta de materias primas debido a la escasez de plantaciones, dificultades para acceder a financiamiento para replantar y precios que hacen inviable el negocio para las PYME con baja tecnologización”. A esto se suma la incertidumbre generada por fluctuaciones en la demanda y la amenaza de aranceles internacionales, que afectan tanto el mercado interno como las exportaciones.
En Los Ríos, Fernando Hales, líder de PymeMad regional, señala que 20 aserraderos han cerrado desde 2019, bajando la cifra a 103 unidades. Los cierres de empresas históricas como Aserraderos San Patricio SpA, Woods y Patagonia no solo representan pérdidas económicas, sino la desaparición de un entramado social que daba vida a comunidades enteras.
Por su parte, las grandes empresas no han estado exentas de esta crisis: Arauco, por ejemplo, ha cerrado aserraderos emblemáticos en los últimos años y paralizado otros indefinidamente. Además, factores externos como los incendios forestales, la violencia rural y el robo de madera han exacerbado la situación, mientras la incertidumbre geopolítica y las posibles tarifas de Estados Unidos añaden un manto de inseguridad.
Las demandas de las PYME son claras y urgentes. Michel Esquerré plantea tres ejes fundamentales para el próximo gobierno: “Modernizar el sistema de clasificación de PYME diferenciándolo por sector económico, reponer el sistema de fomento a plantaciones para asegurar materia prima futura y crear una mesa tripartita vinculante entre Estado, grandes empresas y PYME que fortalezca los encadenamientos productivos”. Víctor Sandoval complementa esta visión con un llamado a la planificación de largo plazo: “Necesitamos políticas forestales a 30 años, que trasciendan los gobiernos, porque los árboles no entienden de períodos presidenciales”.
Este llamado a la reflexión se convierte en una advertencia: sin un cambio profundo, en cinco años podría no quedar industria forestal PYME en Chile. La tragedia no es solo económica, sino humana y territorial, pues cada cierre significa la ruptura de un ecosistema productivo y social que sostiene a miles de familias.
La historia de los aserraderos chilenos es hoy un desafío abierto, donde convergen la urgencia de políticas públicas, la responsabilidad empresarial y la resiliencia de comunidades que resisten ante la adversidad. La pregunta que queda en el aire es si habrá voluntad y visión para revertir esta crisis antes de que la pérdida sea irreparable.
2025-11-12