En un Chile marcado por años de crispación social y política, el primer debate presidencial del 2025 reunió a ocho candidatos que representan desde el estalinismo nostálgico hasta el conservadurismo cultural más radical. La escena fue un verdadero coliseo donde se exhibieron enfrentamientos ideológicos profundos, pero también momentos de tregua y reflexión que sorprendieron a la opinión pública.
El debate, celebrado el 13 de septiembre, mostró a dos figuras que, contra la corriente de discursos oscuros y alarmistas, apostaron por un tono más amable y esperanzador. Harold Mayne-Nicholls, debutante en política y con escasa intención de voto según las encuestas previas, se convirtió en la revelación del encuentro. Su estrategia fue bajar el volumen de la confrontación, apostando por la templanza y la contención en un escenario dominado por voces crispadas. Su momento más recordado ocurrió cuando rechazó la propuesta de Franco Parisi de instalar minas antipersonales en la frontera, apelando a la experiencia directa con víctimas y concluyendo con un llamado a "ponerle humanidad a las cosas que decimos".
En paralelo, Evelyn Matthei desplegó una estrategia distinta pero complementaria: vestida de blanco y con una sonrisa, se desmarcó de la línea de fuego para hablar de un Chile más cordial y "entretenido". Frente a ataques directos, como el de Parisi que la acusó de traición por el llamado "Kiotazo" de 1992, Matthei respondió con una pausa dramática y una autocrítica que la humanizó ante la audiencia. Su insistencia en la reconciliación y el reconocimiento de errores propios fue otra invitación a la humanidad en la política.
Las encuestas posteriores revelaron que ambos candidatos fueron los menos criticados y los únicos que mejoraron su imagen pública tras el debate. Mientras Mayne-Nicholls subió +9 puntos en percepción positiva y Matthei +7, otros rostros como Marco Enríquez-Ominami y Franco Parisi sufrieron caídas significativas.
Sin embargo, esta tregua en el discurso no oculta las profundas divisiones que atraviesan al país. Desde la izquierda nostálgica que reclama cambios radicales hasta la derecha conservadora que defiende el orden, las visiones sobre el futuro de Chile siguen siendo irreconciliables en muchos aspectos. La propuesta de Parisi de militarizar la frontera, el discurso de odio de algunos candidatos y la fragmentación de la centroizquierda configuran un escenario de confrontación que difícilmente se resolverá con palabras amables.
A nivel social, la ciudadanía parece haber valorado el respiro que ofrecieron Mayne-Nicholls y Matthei, aunque aún persiste un sector importante que se siente desconectado de la política tradicional y que observa con escepticismo cualquier intento de conciliación. La polarización, lejos de ceder, se mantiene como un desafío central para la democracia chilena.
Desde una perspectiva histórica, este debate marca un punto de inflexión en la campaña presidencial de 2025. En un contexto global de crisis democráticas y aumento de discursos extremistas, Chile mostró que es posible aún sostener un debate ordenado y respetuoso entre polos opuestos. No obstante, la verdadera prueba será si estos gestos de humanidad se traducen en políticas inclusivas y en un diálogo que supere la mera retórica.
En conclusión, la campaña electoral chilena ha dado un paso importante al demostrar que la política puede tener momentos de contención y empatía, incluso en tiempos convulsos. Sin embargo, las tensiones profundas y las propuestas radicales que emergen de varios candidatos dejan en evidencia que la convivencia social y política sigue siendo un terreno frágil y en disputa. La invitación a la humanidad, aunque necesaria y bienvenida, es apenas el inicio de un desafío mayor: construir un Chile donde la diversidad de voces no termine en la fractura, sino en la búsqueda de soluciones compartidas.
2025-11-09