
En septiembre de 2025, ocho aspirantes a La Moneda se enfrentaron en un debate televisivo organizado por Chilevisión, un evento que, lejos de ser una simple exhibición de propuestas, se convirtió en un campo de batalla político donde se evidenciaron las profundas divisiones ideológicas que atraviesan a Chile. El formato, dividido en tres segmentos —preguntas de moderadores, interpelaciones cruzadas y palabras de cierre— permitió a cada candidato no solo exponer su visión, sino también desafiar frontalmente a sus rivales, generando un clima tenso y revelador.
Desde la derecha más tradicional representada por Evelyn Matthei, pasando por el republicanismo de José Antonio Kast, hasta las posiciones libertarias de Johannes Kaiser y la voz independiente de Marco Enríquez-Ominami, el debate mostró un mosaico político fragmentado, donde las coincidencias fueron escasas y las discrepancias, profundas. “Este no es un debate de ideas, es un choque de mundos que reflejan la polarización que vive nuestro país”, señaló un analista político de la Universidad de Chile.
La representante del oficialismo, Jeannette Jara, defendió con énfasis la continuidad de las políticas sociales implementadas en la administración actual, mientras que Franco Parisi y Eduardo Artés apostaron por propuestas que cuestionan el modelo económico vigente desde perspectivas muy distintas, desde la tecnocracia hasta el marxismo. Las interpelaciones cruzadas derivaron en momentos de alta tensión, con acusaciones mutuas que dejaron en evidencia no solo diferencias programáticas, sino también rupturas personales y simbólicas.
Regionalmente, el debate tuvo un impacto desigual. En el norte, la agenda minera y la seguridad fueron temas prioritarios; en el sur, la discusión sobre derechos indígenas y desarrollo rural tomó relevancia. Las voces ciudadanas recogidas tras el evento reflejaron una mezcla de desencanto y esperanza: desencanto por la falta de consensos claros y esperanza por la pluralidad de opciones que se presentaron.
A casi dos meses de las elecciones, el debate dejó enseñanzas claras. Primero, que la fragmentación política no solo es un hecho, sino una condición que condicionará el próximo gobierno y su capacidad de gobernabilidad. Segundo, que la ciudadanía chilena enfrenta un desafío mayor: discernir entre discursos polarizados y construir un relato propio que permita superar la división. Finalmente, que la política chilena está en una encrucijada que exige no solo confrontación, sino también diálogo y acuerdos mínimos para enfrentar los problemas estructurales del país.
En definitiva, este debate no fue solo un espectáculo electoral sino un espejo que refleja la complejidad de un Chile que busca definirse a sí mismo en medio de la incertidumbre y la fragmentación. La historia política reciente muestra que estos encuentros, más allá de sus momentos de tensión, pueden ser puntos de inflexión para la democracia si se aprovechan para fomentar una ciudadanía crítica y comprometida.
Fuentes consultadas incluyen Cooperativa.cl y análisis de expertos en ciencias políticas de la Universidad Católica y la Universidad de Chile.
2025-11-09