
El Rockódromo 2025 se ha consolidado como un fenómeno cultural que, tras meses de preparación y múltiples etapas, logró convocar a miles de espectadores en dos regiones clave: Valparaíso y Maule. Entre el 23 y el 30 de noviembre, el festival reunió música, poesía y un debate sobre la identidad cultural chilena que trascendió lo artístico para instalarse en la esfera pública.
El 23 de agosto, en el Teatro Municipal de Constitución, Región del Maule, se celebró la primera gran instancia del Rockódromo 2025, bajo el nombre Festival Pablo de Rokha. Este evento combinó sonidos locales con la poesía emblemática del vate maulino, convocando a agrupaciones como Verso de Rokha, Los Valentines y Proyecto Rama, junto a la presencia destacada del cantante de reggae Quique Neira.
"Este festival es un puente entre generaciones y territorios, donde la poesía y la música dialogan para contar la historia de nuestra región", destacó la productora local María Fernanda González.
Sin embargo, no todos los sectores recibieron la iniciativa con entusiasmo unánime. Algunos críticos culturales de Santiago expresaron reservas sobre la capacidad del evento para trascender lo regional y convertirse en un referente nacional, mientras que voces desde el Maule celebraron la descentralización cultural como un paso vital para la democratización del arte.
Del 27 al 30 de noviembre, Valparaíso se transformó en el epicentro del Rockódromo, con la participación de figuras consagradas como Illapu y Francisca Valenzuela, además de la revelación Soulfía, quien debutó en el festival. La ciudad puerto, con su historia musical y su vibrante escena cultural, ofreció un escenario donde convergieron estilos y generaciones.
Desde la perspectiva política, el festival fue interpretado como un gesto simbólico de apoyo a la cultura popular en un contexto de tensiones sociales y debates sobre políticas culturales nacionales. Algunos parlamentarios de oposición valoraron la iniciativa como un ejemplo de inversión pública en cultura, mientras que sectores más conservadores cuestionaron la asignación de fondos en medio de otras prioridades presupuestarias.
Los asistentes y artistas coincidieron en que el Rockódromo 2025 logró crear un espacio de encuentro y reflexión. "Es un alivio encontrar un festival que no solo entretiene, sino que también nos hace pensar en quiénes somos y hacia dónde vamos como país", comentó un joven espectador porteño.
Por otro lado, algunos gestores culturales independientes alertaron sobre la necesidad de que estos eventos no se conviertan en vitrinas exclusivas para artistas consagrados, sino que mantengan un compromiso real con la diversidad y la inclusión de nuevas voces, especialmente de comunidades indígenas y sectores periféricos.
A casi un mes de cerrado el Rockódromo 2025, se puede afirmar que el festival funcionó como un catalizador para la discusión sobre la identidad cultural chilena y la descentralización artística. Su impacto fue visible en la revitalización de circuitos musicales regionales y en la incorporación de la poesía como un elemento central, no accesorio, del evento.
No obstante, las tensiones entre centralismo y regionalismo, entre tradición y renovación, persisten como desafíos para la cultura nacional. La financiación pública y privada del arte continúa siendo un terreno de disputa, donde las prioridades políticas y sociales influyen en la visibilidad y sostenibilidad de iniciativas como el Rockódromo.
En definitiva, este festival no solo ofreció música y poesía, sino que puso en escena un verdadero coliseo donde se enfrentaron visiones del Chile cultural que queremos construir: diverso, descentralizado, crítico y vibrante.