
El 7 de septiembre de 2025, en una ceremonia que reunió a decenas de miles de fieles en la Plaza de San Pedro del Vaticano, el Papa León XIV canonizó a Carlo Acutis, el primer santo de la generación millennial. Este joven italiano, fallecido en 2006 a los 15 años por leucemia fulminante, fue reconocido oficialmente por la Iglesia Católica tras acreditarse dos milagros atribuidos a su intercesión: la curación inexplicable de un niño brasileño con una malformación pancreática y la recuperación total de una joven costarricense tras un grave accidente.
Carlo Acutis nació en Londres en 1991 y creció en Milán. Su vida, aunque breve, fue una mezcla singular de devoción religiosa y pasión por la tecnología. Desde pequeño mostró una profunda fe, asistiendo casi diariamente a misa y dedicándose a la catequesis, pero también disfrutaba de actividades típicas de su generación como el fútbol, los videojuegos y la informática.
Lo que distingue a Acutis es su capacidad para fusionar la espiritualidad con el mundo digital. Desarrolló sitios web dedicados a la fe, incluyendo una plataforma donde documentó milagros eucarísticos reconocidos por la Iglesia, ganándose el apodo de “el influencer de Dios” o “ciberapóstol”. Esta iniciativa fue pionera en evangelización digital, una herramienta que el Vaticano ha destacado como un ejemplo de creatividad y compromiso juvenil en la era contemporánea.
La figura de Acutis ha generado diversas lecturas. Para sectores conservadores, representa un modelo renovado de santidad, accesible y cercano a la vida cotidiana de los jóvenes. El Papa León XIV lo definió como un “santo de la calle”, una invitación a no desperdiciar la vida sino a orientarla hacia lo alto.
“Carlo era un niño normal, pero abrió la puerta de su corazón a Jesús y le dio prioridad”, señaló su madre, Antonia Salzano, reflejando la idea de que la santidad no es exclusiva de los religiosos sino también alcanzable para laicos comprometidos.
Sin embargo, voces académicas y sociales plantean una lectura más crítica y plural. Algunos expertos en teología canónica recuerdan que la canonización de Acutis, siendo laica y joven, desafía la tradición histórica de la Iglesia, que había privilegiado a sacerdotes y monjes. Otros analistas advierten sobre el riesgo de idealizar figuras que se ajustan a una narrativa “moderna” sin abordar las tensiones inherentes entre la fe institucional y las nuevas formas de religiosidad digital.
En Chile y la región andina, la canonización ha generado una ola de interés y devoción, con peregrinaciones a su tumba en Asís y la construcción de la primera iglesia dedicada a San Carlo Acutis en Chacras de Coria, Mendoza, a escasos kilómetros de la frontera chilena. Este templo, que se espera inaugurar entre 2027 y 2028, está diseñado para atraer a jóvenes y familias, incorporando tecnología de última generación y espacios comunitarios que reflejan la identidad local y la espiritualidad del santo.
Fray Ronald Villalobos, custodio en Santiago de una reliquia de primer grado de Acutis, ha destacado la creciente devoción en Chile, donde fieles jóvenes y adultos recurren a su intercesión con esperanza y entusiasmo.
La canonización de Carlo Acutis marca un hito en la historia de la Iglesia Católica y la religiosidad contemporánea. Por primera vez, un santo millennial es reconocido oficialmente, uniendo la tradición con las demandas y lenguajes del mundo digital. Esta decisión refleja la intención del Vaticano de acercarse a las nuevas generaciones, ofreciendo modelos de santidad que dialoguen con su realidad.
A la vez, la figura de Acutis invita a una reflexión profunda sobre qué significa hoy la santidad, la laicidad religiosa y el papel de la tecnología en la espiritualidad. ¿Es Acutis un símbolo de renovación o una construcción idealizada para responder a necesidades actuales? ¿Cómo se integran las distintas voces y experiencias en torno a su legado?
En definitiva, Carlo Acutis no solo es santo por sus milagros, sino también por su capacidad de encarnar una tensión fecunda entre lo eterno y lo contemporáneo, entre la devoción personal y la cultura globalizada, dejando un desafío abierto para creyentes y no creyentes: ¿cómo vivir la fe en un mundo digital sin perder la esencia del amor cotidiano?