
Un giro inevitable hacia lo digital ha marcado el último año en el sistema bancario chileno, donde la modernización tecnológica no solo es una promesa, sino una realidad palpable. Al cierre de junio de 2025, la banca sumó 14,4 millones de clientes digitales, un aumento del 6,9% respecto al año anterior, según datos oficiales de la Comisión para el Mercado Financiero (CMF). Este crecimiento se traduce en una expansión del 9,18% en las transferencias digitales realizadas por personas naturales, superando las 100 millones de operaciones anuales.
Sin embargo, esta transición no ocurre sin tensiones ni desigualdades. Mientras los clientes digitales proliferan, el uso de cheques cayó un 7,2% y la cantidad de cajeros automáticos instalados se redujo en 155 unidades en el último año. Estas cifras evidencian un cambio profundo en las formas de interacción con el dinero, pero también abren interrogantes sobre la inclusión financiera y el acceso para sectores menos conectados o con menor alfabetización digital.
Desde la perspectiva institucional, el Banco Santander lidera la transformación digital con un 26,6% del total de usuarios digitales, reflejando un aumento del 4,6% en su base de clientes online. Su sitio web recibe más de 108 millones de visitas mensuales, consolidando su posición como referente en servicios digitales.
“Los bancos tienen una oportunidad estratégica para profundizar su oferta digital a través de la inteligencia artificial, la nube y el fortalecimiento del núcleo digital”, afirmó Nicolás Deino, director ejecutivo para la industria financiera de Accenture. Esta visión apunta a que la innovación tecnológica no es solo un cambio operativo, sino una reconfiguración del modelo de negocio bancario.
Pero en el otro lado de la arena, la realidad de los usuarios que aún dependen de medios tradicionales es menos alentadora. La reducción en cajeros automáticos y el menor uso de cheques afectan especialmente a personas mayores, zonas rurales y comunidades con menor acceso a internet. Organizaciones sociales y expertos en inclusión financiera alertan que este proceso podría profundizar brechas existentes si no se acompañan medidas de soporte y educación digital.
Desde un enfoque regional, las grandes ciudades absorben la mayor parte del auge digital, mientras que en regiones la conectividad y la infraestructura tecnológica limitan la adopción. Esto genera un escenario de disparidad que exige políticas públicas y privadas coordinadas para no dejar a nadie atrás.
Por último, el debate político también se ha encendido. Algunos sectores celebran el avance como un paso hacia una economía más eficiente y transparente, mientras que otros advierten sobre riesgos de exclusión y pérdida de empleos vinculados a la banca tradicional.
En definitiva, el sistema bancario chileno se encuentra en una encrucijada entre la innovación tecnológica y la necesidad de garantizar acceso equitativo. La digitalización avanza con fuerza, pero la historia aún está en desarrollo y sus consecuencias se medirán en la capacidad del país para integrar a todos sus ciudadanos en esta nueva realidad financiera.