
En el escenario político chileno, la derecha enfrenta un choque que trasciende la mera disputa electoral y pone en evidencia las fracturas internas que podrían definir no solo la segunda vuelta presidencial, sino también el futuro del bloque político más conservador del país. El 8 de septiembre de 2025, el presidente del Partido Republicano, Arturo Squella, lanzó un llamado público a la unidad que tomó por sorpresa a sus aliados tradicionales en Chile Vamos (UDI, RN y Evópoli), proponiendo una administración que abarque desde Demócratas hasta libertarios, un espectro mucho más amplio que el que hasta entonces se había manejado.
Este gesto, lejos de ser recibido como una oferta conciliadora, fue interpretado por muchos en Chile Vamos como una jugada tardía y poco coherente, especialmente en un contexto donde la campaña aún se encuentra en marcha y las posiciones están lejos de consolidarse. Luciano Cruz-Coke (Evópoli) calificó la propuesta como una contradicción, recordando que el Partido Republicano ha tildado a Chile Vamos de "derechita entreguista y cobarde", evidenciando la distancia retórica y estratégica entre ambos sectores.
Por otro lado, voces como la diputada Ximena Ossandón (RN) lamentaron que esta actitud de apertura no se haya manifestado antes, cuando podría haber facilitado una primaria amplia y evitado la fragmentación del voto. En contraste, el presidente de la UDI, Guillermo Ramírez, enfatizó que la unidad es necesaria, pero advirtió que existen discrepancias programáticas profundas, como la propuesta de eliminar el Banco Central, que hacen inviable una alianza sin acuerdos claros.
La división no solo se limita a Chile Vamos y Republicanos. Los partidos Demócratas y Amarillos, que han manifestado un claro distanciamiento de los republicanos, también rechazaron la invitación de Squella. Matías Walker, senador y vicepresidente de Demócratas, afirmó que su campaña se basa en un mensaje de "Chile, un solo equipo", lejos de los extremos políticos. Por su parte, Andrés Jouannet, presidente de Amarillos, llamó a la prudencia y a no anticipar escenarios antes del cierre de la campaña.
Este desencuentro refleja una tensión más profunda: mientras el Partido Republicano busca ampliar su base y consolidar un gobierno que incluya fuerzas opositoras, Chile Vamos mantiene una postura más cautelosa, priorizando acuerdos internos y evitando alianzas con sectores que consideran extremistas o programáticamente incompatibles.
En el trasfondo, la disputa pone en evidencia la fragilidad de la unidad en la centroderecha y derecha chilena, un bloque que históricamente ha oscilado entre la cohesión estratégica y la fragmentación ideológica. La campaña presidencial y la eventual segunda vuelta se presentan, por tanto, como un verdadero coliseo donde cada sector pugna no solo por votos, sino por definir el rumbo y la identidad política del conglomerado.
En conclusión, la realidad que emerge tras semanas de declaraciones y contrapuntos es que la unidad en la derecha chilena no es un hecho consumado, sino un proceso conflictivo y lleno de tensiones. La invitación de Squella, lejos de ser un puente, ha expuesto las líneas divisorias que podrían marcar el destino electoral y la gobernabilidad futura. La fragmentación, las desconfianzas y las diferencias programáticas son verdades innegables que obligan a los actores políticos a replantear estrategias y a la ciudadanía a observar con atención cómo se resuelven estas disputas internas, que tienen consecuencias directas en la estabilidad política y social del país.
2025-11-11