
El escenario brasileño se transformó en un verdadero coliseo político el 7 de septiembre de 2025, cuando miles de simpatizantes de Jair Bolsonaro tomaron las calles de ciudades como São Paulo, Río de Janeiro, Belo Horizonte y Brasilia para manifestar un apoyo ferviente al expresidente. Las protestas se concentraron principalmente en la emblemática Avenida Paulista, epicentro de la movilización más numerosa. Esta expresión pública no solo reflejó el respaldo a Bolsonaro, sino que también puso en evidencia las tensiones y divisiones que atraviesan tanto a su círculo íntimo como al país entero.
Bolsonaro, actualmente bajo prisión domiciliaria desde el 4 de agosto, enfrenta un juicio oral en el Tribunal Supremo acusado de un supuesto intento de golpe de Estado. En este contexto, los manifestantes exigieron una amnistía "amplia y general", una demanda que polariza no solo a la opinión pública brasileña, sino también a las fuerzas políticas y sociales.
Desde la derecha ultraconservadora, el apoyo a Bolsonaro se presenta como una lucha por la defensa de la democracia entendida desde su perspectiva, donde la figura del expresidente simboliza un rechazo frontal a lo que consideran un sistema judicial y político sesgado. “Bolsonaro es víctima de una persecución política que busca silenciar a millones de brasileños”, argumentan líderes y seguidores, quienes ven en las protestas una reafirmación del respaldo popular.
En contraste, sectores progresistas y buena parte de la comunidad internacional observan con alarma estas manifestaciones. Para ellos, “la movilización es parte de un intento de desestabilización institucional que podría profundizar la crisis democrática en Brasil”. Esta perspectiva enfatiza la gravedad del proceso judicial y la necesidad de respetar las decisiones del Tribunal Supremo para preservar el orden constitucional.
Un elemento que añade complejidad a esta trama es la división interna en la propia familia Bolsonaro. Mientras algunos miembros se han volcado a la defensa pública del expresidente, otros han adoptado posturas más cautelosas o incluso críticas, evidenciando las tensiones personales que acompañan a este episodio político.
A más de dos meses de las protestas, se puede constatar que este fenómeno no es un episodio aislado, sino un síntoma de la profunda polarización brasileña. El juicio a Bolsonaro y las manifestaciones que lo acompañan han puesto en jaque la estabilidad política y social del país. La demanda de amnistía, lejos de ser un reclamo unánime, abre un debate crucial sobre los límites entre justicia y política.
En definitiva, la escena brasileña actual es un campo de batalla donde convergen la defensa de la institucionalidad, la reivindicación de derechos políticos y la fractura social. El desenlace de esta historia tendrá impacto no solo en Brasil, sino en toda América Latina, que observa con atención y preocupación el desarrollo de estos acontecimientos.