
El 4 de septiembre de 2025, el ejército israelí anunció haber tomado control del 40% de la ciudad de Gaza, marcando un punto de inflexión en un conflicto que ya suma meses de violencia sostenida. Este avance, concentrado en los barrios de Zeitún y Sheikh Radwan, no solo representa un cambio en el terreno militar, sino que también reaviva debates sobre las consecuencias humanitarias y políticas de la ofensiva.
Desde la perspectiva israelí, el operativo responde a la necesidad de “desmantelar sistemáticamente la infraestructura de Hamás”, como declaró el portavoz militar Effie Defrin. Para el Estado hebreo, esta estrategia es parte de una campaña para neutralizar amenazas que, según su narrativa, justifican una acción contundente y prolongada.
En contraste, las fuentes palestinas y organizaciones internacionales denuncian una devastación masiva en Gaza, con barrios enteros reducidos a escombros y cientos de civiles muertos, incluyendo mujeres y niños. Rescatistas locales, expuestos a riesgos constantes, luchan por encontrar sobrevivientes entre las ruinas, mientras la comunidad médica alerta sobre el colapso de los servicios básicos.
Este choque de relatos se refleja también en la arena diplomática. Algunos países occidentales mantienen un discurso que, si bien reconoce el derecho de Israel a defenderse, exige un alto al fuego inmediato y la protección de la población civil. Por otro lado, actores regionales y organizaciones de derechos humanos califican la ofensiva como desproporcionada y llaman a investigaciones independientes por posibles crímenes de guerra.
En el terreno, la realidad es brutal y compleja. El control parcial de Gaza no ha significado la pacificación del territorio, sino que ha intensificado la resistencia y profundizado el sufrimiento de una población atrapada en medio del fuego cruzado. La fragmentación urbana, la destrucción de infraestructura y la escasez de recursos esenciales configuran un escenario de crisis humanitaria sin precedentes.
Para entender este episodio, es fundamental situarlo en la larga historia de enfrentamientos entre Israel y Palestina, donde las dinámicas de poder, identidad y territorio se entrelazan con intereses geopolíticos globales. El avance israelí en Gaza no es un hecho aislado, sino un capítulo más en un conflicto que ha desafiado soluciones duraderas y ha dejado cicatrices profundas en ambas sociedades.
Finalmente, la lección que emerge es doble: por un lado, la evidencia clara de que la violencia armada, aun cuando logra objetivos tácticos, genera consecuencias humanitarias y políticas que trascienden el campo de batalla. Por otro, la urgencia de repensar las estrategias de resolución y la necesidad de un compromiso internacional renovado que priorice el diálogo y la protección de los derechos humanos.
El control del 40% de Gaza por parte de Israel marca una nueva etapa en la crisis, pero no garantiza un desenlace pacífico ni justo. La tragedia continúa desplegándose, y la comunidad internacional observa con creciente inquietud cómo se desarrollan los próximos actos de este coliseo trágico.