
En septiembre de 2025, quedó claro que el Ejército Popular de Liberación (EPL) de China ha dado un giro estratégico en la modernización de sus capacidades bélicas al integrar de forma sistemática a empresas privadas y universidades civiles en el desarrollo de inteligencia artificial militar. Un informe del Centro de Seguridad y Tecnología Emergente (CSET) de la Universidad de Georgetown reveló que entre 2023 y 2024 se adjudicaron más de 2.800 contratos relacionados con IA, muchos fuera del tradicional circuito estatal. Esta apertura representa una ruptura con el modelo clásico de defensa chino, históricamente cerrado y monopolizado por entidades estatales.
El desafío que enfrenta China es doble. Por un lado, la integración de actores no tradicionales permite acelerar la innovación y la aplicación de tecnologías avanzadas, como sistemas automatizados capaces de adaptar en tiempo real el despliegue de armas en el campo de batalla marítimo o enjambres de drones sensibles a interferencias electromagnéticas. Por otro, esta estrategia ha generado inquietud en Estados Unidos y sus aliados, que ven en esta evolución una amenaza directa a su supremacía tecnológica y militar.
Desde una perspectiva política, el gobierno chino ha defendido esta apertura como un paso necesario para mantener la seguridad nacional y la soberanía tecnológica. Sin embargo, voces críticas dentro y fuera del país advierten sobre los riesgos éticos y geopolíticos que implica militarizar la inteligencia artificial sin marcos regulatorios claros. Alex Joske, analista independiente, señaló al Wall Street Journal que Pekín “ha avanzado mucho en la reducción de barreras para que las universidades civiles contribuyan a las necesidades de defensa”, un proceso que podría acelerar la carrera armamentista global.
En el terreno social, la colaboración entre sector privado y militar ha generado controversias. Empresas como iFlytek Digital, antes vinculadas a vigilancia estatal de minorías, ahora lideran contratos para análisis de datos con aplicaciones militares, lo que despierta preocupaciones sobre el uso de tecnologías para control social y represión. Además, fabricantes privados de drones, como Sichuan Tengden Sci-Tech Innovation, han visto cómo sus productos se despliegan en zonas sensibles como Taiwán y Okinawa, aumentando las tensiones regionales.
Desde el prisma regional, esta modernización tecnológica ha sido observada con alarma por países vecinos y potencias globales. La exhibición en septiembre de nuevas armas, incluyendo drones de ataque y vehículos submarinos no tripulados, durante el desfile militar que contó con la presencia de Vladimir Putin y Kim Jong Un, subrayó la ambición de Pekín de consolidar su poderío militar. Expertos en seguridad destacan que esta estrategia no solo busca disuadir a Estados Unidos, sino también redefinir el equilibrio de fuerzas en Asia-Pacífico.
En conclusión, la militarización de la inteligencia artificial en China, impulsada por el sector privado y universidades civiles, representa un cambio paradigmático con consecuencias profundas. Este modelo híbrido ha permitido acelerar avances tecnológicos y ampliar la base de innovación militar, pero también ha intensificado la competencia global y los riesgos de una escalada armamentista sin precedentes. Mientras Pekín apuesta por esta estrategia para asegurar su posición estratégica, la comunidad internacional enfrenta el dilema de cómo regular y contener una carrera tecnológica cuya velocidad y alcance aún son difíciles de prever.
El coliseo global de la seguridad se ha ampliado: en este nuevo escenario, los protagonistas no solo son ejércitos estatales, sino también actores civiles con poder tecnológico creciente, que desafían el orden tradicional y obligan a repensar la naturaleza misma de la guerra y la paz en el siglo XXI.
2025-11-11