Hace poco más de dos meses, una alteración silenciosa pero significativa modificó el paisaje mediático chileno. Sin previo aviso, la señal de Telecanal, un actor secundario en la televisión abierta conocido por su programación de infomerciales y contenido envasado, fue reemplazada por la transmisión ininterrumpida de Russia Today (RT), el canal de noticias financiado por el Kremlin. Lo que inicialmente fue una curiosidad para unos pocos televidentes, maduró rápidamente hasta convertirse en un caso de estudio sobre los frágiles equilibrios entre la libertad de mercado, la soberanía mediática y la guerra de narrativas en el siglo XXI. Hoy, con la señal rusa consolidada en el dial, las preguntas que desató su llegada siguen resonando con más profundidad que las respuestas ofrecidas.
La irrupción de RT en la frecuencia 2.1 de Santiago provocó una cascada de reacciones. Medios de comunicación reportaron el hecho con perplejidad, mientras en el espectro político, las posturas se polarizaron. Diputados de la Unión Demócrata Independiente (UDI) oficiaron al Consejo Nacional de Televisión (CNTV), alertando sobre la posible difusión de "propaganda de una potencia extranjera". En la vereda opuesta, figuras como el alcalde de Recoleta, Daniel Jadue, celebraron la llegada de una "visión alternativa".
La respuesta institucional no tardó. El CNTV aclaró que, bajo la normativa vigente, un acuerdo comercial para la provisión de contenidos no requiere autorización previa. La responsabilidad del concesionario, Canal Dos S.A. (Telecanal), se mantiene sobre lo emitido, quedando sujeto a fiscalización y denuncias ciudadanas a posteriori. Esta aclaración movió el foco del debate desde una posible ilegalidad hacia la naturaleza del acuerdo y la idoneidad del contenido.
La Embajada de Rusia en Chile defendió públicamente la transmisión, enmarcándola en la "libertad de expresión y la diversidad de opiniones", comparando a RT con otros medios estatales como la BBC británica o la Deutsche Welle alemana. Sin embargo, días después, el embajador Vladimir G. Belinsky añadió una capa de complejidad al afirmar en una entrevista que se había enterado de la noticia "como muchos chilenos", calificándola de "grata sorpresa" y desvinculando a la diplomacia de un acuerdo que describió como estrictamente comercial. Esta distancia estratégica buscó, aparentemente, despolitizar la operación, aunque no logró disipar las dudas sobre su trasfondo.
El aterrizaje de RT en Chile se puede analizar desde tres ángulos divergentes que coexisten sin resolverse:
La llegada de RT no ocurrió en el vacío. Se inserta en dos contextos clave. Primero, la estructura de propiedad de los medios en Chile, a menudo concentrada y con entramados societarios complejos que dificultan la trazabilidad del control final. La relación operativa y financiera entre Telecanal y La Red, ambas vinculadas al empresario mexicano Ángel González, ejemplifica un sistema donde las decisiones comerciales pueden tener implicaciones geopolíticas imprevistas.
Segundo, se enmarca en la estrategia de expansión global de RT, que, tras ser bloqueada en Occidente, ha intensificado su presencia en África y, sobre todo, en América Latina. La región es vista como un terreno fértil para su narrativa anti-hegemónica, encontrando eco en sectores de la población y gobiernos con posturas críticas hacia Estados Unidos y Europa.
A más de 60 días del cambio, la señal de RT se ha normalizado en la parrilla de Telecanal. La controversia inicial ha disminuido, pero las preguntas fundamentales que planteó siguen sin respuesta. El CNTV se mantiene vigilante, pero sin denuncias ciudadanas masivas que activen un proceso sancionatorio, su rol es limitado. El episodio ha dejado en evidencia que la legislación actual, pensada para un mundo analógico, enfrenta desafíos inéditos en la era de la información globalizada.
La señal de Moscú sigue al aire, como un recordatorio permanente de que las fronteras nacionales son cada vez más porosas para los flujos de información. El verdadero debate que Chile debe afrontar ya no es si RT debe o no transmitirse, sino cómo la sociedad, sus instituciones y sus ciudadanos se equipan para navegar un ecosistema mediático donde las noticias son, cada vez más, un campo de batalla geopolítico. La responsabilidad final, quizás, recae en la capacidad crítica de una audiencia que hoy tiene acceso a más voces que nunca, pero también a más ruido.