
Un domingo que no fue solo una jornada electoral, sino un escenario donde se enfrentaron las tensiones más profundas del Chile contemporáneo. El 16 de noviembre de 2025, la primera vuelta de las elecciones presidenciales y parlamentarias puso en evidencia un país en disputa, con fuerzas políticas que no solo compiten por el poder, sino por redefinir su propia identidad y legitimidad.
El origen de esta contienda se remonta a meses de campañas intensas, donde la oficialista Jeannette Jara (PC) decidió distanciarse públicamente del gobierno de Gabriel Boric, incluso abriendo la puerta a suspender su militancia comunista en caso de llegar a La Moneda. Esta estrategia buscó captar un electorado que demanda renovación, pero también sembró dudas sobre la capacidad de la izquierda para presentarse unida y coherente. “Hasta qué punto podrá Jara diferenciarse de la administración sin la cual no estaría donde está hoy”, planteó un analista político consultado por este medio.
Por el lado de la derecha, el escenario fue aún más dramático. El favorito, José Antonio Kast (Republicano), y la candidata Evelyn Matthei (UDI) protagonizaron una disputa que trascendió lo electoral para convertirse en una batalla de egos y visiones encontradas. Kast prometió apoyar a cualquier candidato opositor que avance al balotaje, mientras Matthei, incómoda con la estrategia republicana, aún no definía su postura final. Esta división interna pone en jaque la capacidad de la derecha para capitalizar las proyecciones favorables que la ubican con altas probabilidades de mayoría parlamentaria y eventual triunfo presidencial.
Desde el punto de vista regional, el país mostró un mapa electoral fragmentado. En el norte, la derecha mantiene su arraigo tradicional, pero con signos de desgaste; en el centro-sur, la izquierda enfrenta el desafío de reconectar con sectores populares que se sienten desencantados; y en zonas rurales, la abstención y el voto disperso reflejan un malestar más profundo con la clase política.
En el Congreso, la elección marcó un rebaraje de fuerzas que podría dificultar la gobernabilidad. La derecha, aunque con opción de mayoría, deberá lidiar con sus internas; la izquierda, fragmentada, enfrenta el reto de reconstruir alianzas; y los sectores independientes y emergentes ganan espacio, presagiando una legislatura compleja y negociada.
Las voces ciudadanas recogidas tras la jornada electoral revelan una mezcla de esperanza, frustración y escepticismo. Algunos valoran la diversidad de opciones y la posibilidad de cambio, mientras otros temen que la polarización y las disputas internas terminen por paralizar las instituciones.
“Esto no es solo un resultado electoral, es un reflejo del Chile que somos hoy: diverso, dividido y en busca de un rumbo claro”, sintetizó una académica experta en ciencias políticas.
¿Qué se puede concluir a esta altura? Que el proceso electoral de noviembre de 2025 ha dejado en evidencia las tensiones no resueltas del sistema político chileno. La fragmentación y la competencia interna, tanto en la derecha como en la izquierda, no son simples episodios coyunturales, sino síntomas de una transición política más profunda.
La gobernabilidad futura dependerá de la capacidad de los actores para superar sus diferencias y construir consensos, en un contexto donde la ciudadanía exige no solo representación, sino también soluciones concretas a problemas históricos. En este pulso que hoy parece un coliseo, los protagonistas no solo luchan por cargos, sino por definir la narrativa y el destino de Chile para los años venideros.