
El escenario político chileno ha experimentado un giro que, a primera vista, parece una maniobra electoral más, pero que en su profundidad revela un debate crucial sobre el futuro de la izquierda y su relación con el actual gobierno. Desde mediados de 2025, la exministra del Trabajo y candidata presidencial Jeannette Jara ha marcado distancia pública y estratégica del presidente Gabriel Boric y su administración, a pesar de haber sido parte fundamental de su equipo.
Esta distancia no es casual ni superficial. Se trata de una apuesta calculada para sortear el límite del 30% de apoyo que sostiene al gobierno y que, según las voces del comando de Jara, no es suficiente para ganar en una segunda vuelta presidencial. “No somos continuidad de este gobierno”, ha enfatizado el equipo de Jara, buscando posicionarse como una opción que profundiza cambios pero que también incorpora propuestas innovadoras y un nuevo liderazgo.
En el coliseo político, los protagonistas se enfrentan con discursos que no buscan ocultar las diferencias. El Frente Amplio, representado por su secretario general Andrés Couble, sostiene que Jara ofrece una “profundización de los cambios iniciados en este gobierno”, mientras que desde el Partido Comunista, B rbara Figueroa recalca que no pueden ser continuidad, porque el ciclo político actual es distinto y requiere nuevas respuestas.
Sin embargo, no todos coinciden en el matiz. Juan Luis Castro, jefe de bancada del PC, sostiene que Jara no representa continuismo y que justamente eso le permite conectar con un electorado desencantado o apolítico, ampliando su base más allá de la tradicional izquierda.
Este distanciamiento ha generado tensiones internas visibles, como la decisión de Jara de mantener en su comando a figuras como Jaime Mulet y Tomás Hirsch, quienes han actuado en contra de las directrices del gobierno, y la reacción de La Moneda, que ha visto con recelo esta estrategia.
El contexto es clave: el gobierno Boric ha debido modificar su rumbo tras el plebiscito constitucional de 2023, y su popularidad se ha estancado en un segmento electoral que no es suficiente para la victoria presidencial. En este marco, Jara y su equipo optan por un camino que busca seducir al centro y a los desencantados, sin renegar totalmente de los logros alcanzados, como la reforma previsional que ella misma impulsó.
Desde una perspectiva más amplia, este fenómeno refleja la complejidad del ciclo político chileno post-plebiscito, donde la izquierda se enfrenta a la necesidad de renovación sin perder identidad ni base social.
En definitiva, el distanciamiento de Jara respecto a Boric no es solo una estrategia electoral, sino la expresión de una tensión profunda entre continuidad y cambio, entre legado y reinvención. La narrativa política chilena se enriquece con este debate abierto, que invita a la ciudadanía a observar sin simplificaciones y a ponderar las consecuencias de cada opción.
La verdad que emerge es que la izquierda chilena está en un punto de inflexión que definirá su rumbo en los próximos años. La apuesta de Jara pone en evidencia que el desafío no es solo ganar elecciones, sino construir un relato que integre diversidad y disonancia, en un país que busca nuevas formas de representación y liderazgo.