
Un poder que no se ve pero que gobierna. Así podría resumirse la figura de Karina Milei, hermana del presidente argentino Javier Milei, quien en los últimos meses ha pasado de ser una sombra discreta a protagonista central de una crisis política y ética que sacude a Argentina. Desde su nombramiento como secretaria general de la presidencia, cargo equivalente a ministro, Karina Milei ha concentrado un poder inédito, controlando nombramientos y la rosca política que sostiene al gobierno.
El origen de esta historia se remonta a la llegada al poder de Javier Milei, un outsider que rompió con el sistema político tradicional, pero que rápidamente delegó en su hermana la gestión política y el armado territorial del partido La Libertad Avanza. Para ello, incluso, el presidente tuvo que modificar la ley para permitir que un familiar directo ocupara un cargo público, algo prohibido hasta entonces.
La relación entre los hermanos Milei se forjó en una infancia marcada por la violencia familiar, donde Karina se convirtió en protectora y sostén emocional de Javier. Esta dinámica personal se traduce en el poder político: Karina no solo administra la agenda y las finanzas del presidente, sino que también decide quién entra y quién sale del gobierno.
“Karina es la que manda, no por título, sino porque controla el acceso y las decisiones”, explica el periodista Juan Luis González, autor de la biografía de Javier Milei.
En septiembre de 2025, estalló un escándalo que puso en jaque al gobierno: denuncias y grabaciones filtradas revelan la existencia de una supuesta red de sobornos vinculada a la compra estatal de medicamentos para personas con discapacidad. Diego Spagnuolo, exdirector de la Agencia Nacional de Discapacidad y exabogado personal del presidente, denunció la participación directa de Karina Milei y de su colaborador cercano, Eduardo “Lule” Menem.
Estas acusaciones, bajo investigación judicial, han sido negadas por Javier Milei, quien las atribuye a una operación política de la oposición, especialmente en vísperas de elecciones legislativas cruciales. Sin embargo, el daño político ya está hecho: la opinión pública y sectores críticos de la sociedad cuestionan la transparencia y la ética del gobierno.
El oficialismo sostiene que las denuncias son infundadas y parte de una campaña para desestabilizar al gobierno. “Todo es mentira, una operación política,” ha declarado el presidente. Por otro lado, la oposición y diversas organizaciones sociales exigen una investigación profunda y la renuncia de los implicados para recuperar la confianza en las instituciones.
En el terreno político, la influencia de la familia Menem, aliada estratégica de Karina Milei, añade complejidad al conflicto. Los vínculos con figuras históricas del peronismo neoliberal generan suspicacias sobre la naturaleza real del poder que gobierna desde la sombra.
Lo que queda claro, a más de dos meses del estallido del escándalo, es que la crisis ha puesto en evidencia la fragilidad institucional y la concentración de poder en un círculo cerrado alrededor del presidente. La modificación legal para permitir el nombramiento de familiares directos en cargos públicos, lejos de ser un detalle técnico, ha abierto una puerta peligrosa para la opacidad y el nepotismo.
Además, la crisis ha polarizado aún más a la sociedad argentina, entre quienes defienden al gobierno como un cambio radical frente a la corrupción tradicional, y quienes ven en este episodio una continuidad de prácticas clientelistas y oscuras.
Finalmente, el caso Karina Milei invita a reflexionar sobre los límites entre lo público y lo privado en la política contemporánea, y sobre cómo las figuras familiares pueden convertirse en los verdaderos reyes sin corona, manipulando los hilos del poder mientras el país observa, expectante y dividido.
Fuentes: EL PAÍS (2025), análisis periodísticos de Juan Luis González, entrevistas a expertos en política argentina y seguimiento judicial del caso.