Dos años después del estallido de la ofensiva israelí en la Franja de Gaza, el conflicto se mantiene como una herida abierta en Medio Oriente, con consecuencias que trascienden la violencia inmediata. Desde el 7 de octubre de 2023, la ofensiva ha dejado más de 63.500 muertos y una crisis humanitaria que ha alcanzado niveles críticos, incluyendo miles de muertes por hambre y desplazamiento masivo.
El 1 de septiembre de 2025, un episodio particularmente trágico puso de nuevo en el centro del debate internacional la gravedad de la situación: al menos 78 personas murieron en bombardeos israelíes en Gaza, incluyendo mujeres embarazadas y menores de edad. Los ataques apuntaron a barrios densamente poblados y campamentos de refugiados, intensificando la percepción de una ofensiva que no distingue entre objetivos militares y civiles.
La narrativa del conflicto está marcada por perspectivas encontradas que reflejan la complejidad de un escenario donde la seguridad, la justicia y la supervivencia se entrelazan. Desde el gobierno israelí, la ofensiva se justifica como una medida necesaria para "conquistar puntos estratégicos y garantizar la seguridad nacional frente a amenazas constantes". En contraste, organizaciones internacionales y voces palestinas denuncian un patrón sistemático de violencia que "viola derechos humanos fundamentales y perpetúa el sufrimiento de civiles inocentes".
En la región, la crisis ha generado una polarización profunda. Algunos países árabes han intensificado su apoyo político y humanitario a Gaza, mientras que otros han optado por un enfoque más pragmático, buscando evitar una escalada mayor que pueda desestabilizar aún más el Medio Oriente. La comunidad internacional, por su parte, se encuentra dividida entre llamados urgentes a un alto al fuego y una defensa firme del derecho de Israel a defenderse.
La tragedia humana se ha traducido en un colapso de la infraestructura sanitaria, alimentaria y social en Gaza. La escasez de alimentos, medicinas y recursos básicos ha provocado una crisis humanitaria que afecta especialmente a niños y ancianos. Organizaciones como la Cruz Roja y Naciones Unidas han denunciado reiteradamente la gravedad de la situación, solicitando corredores humanitarios y apoyo internacional.
Además, el conflicto ha reconfigurado alianzas políticas y económicas en la región, afectando la estabilidad de países vecinos y generando un debate más amplio sobre la responsabilidad de actores externos y la necesidad de un proceso de paz sostenible.
Las voces ciudadanas, tanto en Israel como en Palestina, reflejan el cansancio y la desesperanza. En Israel, sectores de la sociedad civil cuestionan la estrategia militar y piden alternativas que prioricen la diplomacia. En Gaza, la población vive atrapada entre la violencia y la ausencia de soluciones concretas que permitan reconstruir sus vidas.
El conflicto en Gaza ha demostrado ser un ciclo de violencia que no solo cobra vidas, sino que también erosiona las bases para una paz duradera. Las cifras oficiales y los testimonios recogidos evidencian una tragedia humana compleja, donde cada acción militar tiene repercusiones profundas y prolongadas.
La división internacional sobre cómo abordar el conflicto, la falta de un diálogo efectivo entre las partes y la crisis humanitaria persistente son elementos que, a la fecha, mantienen el escenario en tensión. Sin embargo, también han surgido aprendizajes sobre la importancia de enfoques multilaterales que integren derechos humanos, seguridad y desarrollo.
Este balance invita a una reflexión profunda sobre los costos reales del enfrentamiento y la urgencia de construir caminos que permitan, finalmente, romper con la lógica de la guerra y avanzar hacia soluciones que reconozcan la dignidad y los derechos de todos los involucrados.
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Fuentes: La Tercera (2025-09-01), informes de Naciones Unidas, Cruz Roja Internacional, declaraciones oficiales del gobierno israelí y representantes palestinos.