
El domingo 16 de noviembre de 2025 se llevó a cabo la primera vuelta de las elecciones presidenciales y parlamentarias en Chile, marcando un escenario político complejo y fragmentado que revela las profundas tensiones sociales y políticas que atraviesan al país. A diferencia de procesos anteriores, ningún candidato logró la mayoría absoluta necesaria para evitar una segunda vuelta, programada para el 14 de diciembre, lo que abre un nuevo capítulo de incertidumbre y disputas entre fuerzas políticas con visiones diametralmente opuestas.
El resultado electoral ha dejado en evidencia una dispersión del voto que refleja la crisis de representación que vive Chile. Por un lado, la derecha mantiene una base sólida, pero sin la fuerza suficiente para imponerse con claridad. Por otro, la izquierda y los sectores progresistas enfrentan sus propias divisiones internas, con candidaturas que no logran consolidar un bloque unitario. En este contexto, figuras como Marco Enríquez-Ominami emergen con un discurso crítico hacia las encuestas y el sistema electoral: “No le creo a las encuestas, tienen tasa de rechazo del 98%. (...) Este es un momento de máxima manipulación”, advirtió el candidato, quien aspira a pasar a segunda vuelta junto a un representante de derecha.
Esta desconfianza hacia las encuestas y los actores tradicionales del sistema político está acompañada de un creciente desencanto ciudadano, que se refleja en la alta abstención y en la volatilidad de los votos. La fragmentación no solo es política, sino también social, con territorios y grupos que expresan demandas y expectativas muy disímiles respecto al rumbo del país.
La renovación parcial del Congreso ha resultado en una composición aún más diversa y fragmentada, lo que anticipa un escenario complejo para la gobernabilidad. La Cámara de Diputados y el Senado reflejan la multiplicidad de fuerzas y la dificultad para alcanzar consensos amplios. Desde el oficialismo, se sostiene que este pluralismo es una oportunidad para abrir diálogos y construir acuerdos, mientras que desde la oposición advierten sobre el riesgo de parálisis legislativa y falta de dirección clara.
En regiones, la percepción sobre los resultados y el futuro político varía considerablemente. Mientras en algunas zonas del norte y sur se percibe una expectativa de cambio y renovación, en otras prevalece el temor a la inestabilidad y la incertidumbre económica. Organizaciones sociales han expresado la necesidad de que los nuevos representantes atiendan con urgencia temas como la desigualdad, la seguridad y el acceso a servicios básicos.
La primera vuelta de las elecciones 2025 ha confirmado un país en tensión, donde la polarización y la fragmentación son protagonistas. La ausencia de una mayoría clara obliga a un balotaje que será un verdadero test de la capacidad de los candidatos para construir alianzas y propuestas que convoquen a una ciudadanía cansada de promesas incumplidas. La desconfianza hacia las encuestas y el sistema político tradicional, expresada por actores como Marco Enríquez-Ominami, pone en evidencia la necesidad de repensar la forma en que se construye la política en Chile.
En definitiva, el escenario electoral plantea un desafío para la democracia chilena: cómo transitar desde la división y la desconfianza hacia un diálogo que permita enfrentar las urgencias sociales y económicas con responsabilidad y visión de futuro. La segunda vuelta será más que una elección; será un reflejo de la capacidad del país para superar sus fracturas y avanzar hacia una gobernabilidad más inclusiva y efectiva.
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Fuentes consultadas: La Tercera, T13, declaraciones públicas de candidatos presidenciales, análisis parlamentarios.
2025-11-15