El amistoso entre la selección chilena de fútbol y Rusia, disputado en noviembre de 2025 en Sochi, ha dejado una estela de debates que van más allá del marcador. El partido se jugó pese a la guerra que enfrenta a Rusia y Ucrania desde 2022, conflicto condenado y sancionado por la comunidad internacional y las organizaciones deportivas.
Desde el inicio, la convocatoria generó una fuerte polémica. Yurii Diudin, embajador de Ucrania en Chile, manifestó públicamente su rechazo mediante una carta abierta, recordando que "la agresión rusa ha causado la muerte de decenas de miles de civiles y el desplazamiento forzoso de millones" y que "cualquier encuentro con selecciones rusas legitima al agresor". Esta postura, que encarna la voz de un país en guerra, puso en el centro del debate la dimensión política y moral del evento deportivo.
En contraposición, desde la Asociación Nacional de Fútbol Profesional (ANFP) se defendió el partido como una actividad alejada de la política. Pablo Milad, presidente de la ANFP, afirmó que "el fútbol busca hacer el bien común y no daña a nadie" y que la FIFA había autorizado el encuentro, señalando que Rusia ya había jugado con varios países en el contexto actual. Además, se realizaron consultas con la federación ucraniana para explicar que el partido era un acuerdo deportivo, no político, incluso ofreciendo la opción de un duelo similar en las mismas condiciones si Ucrania lo consideraba.
El partido tuvo además un trasfondo económico relevante: la ANFP recibió aproximadamente US$ 800 mil por los dos encuentros pactados en Sochi, sin incurrir en costos significativos de traslado o logística, lo que alivió las finanzas de la federación en un año marcado por la eliminación de Chile del Mundial 2026. La delegación chilena incluyó a 30 personas, con presencia del propio Milad.
La controversia no solo refleja posturas encontradas sobre la legitimidad del encuentro, sino que también evidencia un choque entre la dimensión deportiva y los compromisos éticos y políticos internacionales. Mientras la diplomacia ucraniana y sectores de la opinión pública critican la normalización de relaciones deportivas con un país sancionado, la ANFP y parte del mundo futbolístico insisten en separar deporte y política.
Este episodio no es un caso aislado. En el contexto más amplio, Rusia ha sido sancionada y excluida de múltiples competiciones internacionales, y la comunidad global permanece dividida sobre cómo manejar las relaciones deportivas con un país en conflicto bélico. Chile, al aceptar este amistoso, se posicionó en un punto delicado que abre preguntas sobre su rol en el escenario internacional y el significado del deporte en tiempos de guerra.
Conclusiones claras emergen de esta historia:
- El deporte, aun cuando pretende ser un espacio neutral, no está exento de las tensiones políticas globales, y las decisiones de jugar o no un partido pueden tener impactos simbólicos y concretos.
- Las organizaciones deportivas nacionales enfrentan dilemas entre mantener la actividad de sus selecciones y cumplir con principios éticos y las presiones internacionales.
- La opinión pública y las voces diplomáticas, especialmente de países afectados por conflictos, ejercen una presión creciente para que el deporte no sirva como herramienta de legitimación de regímenes cuestionados.
En definitiva, el amistoso Chile-Rusia funcionó como un espejo donde se reflejan las complejidades del mundo contemporáneo: la intersección entre política, ética y deporte, y el desafío de encontrar un camino que respete tanto la pasión futbolística como los principios de justicia y solidaridad internacional.