
Un país que tiembla pero no se detiene. Así podría resumirse la experiencia chilena en las semanas recientes, donde los sismos no han cesado, recordando la fragilidad constante bajo la que vive la sociedad. Entre el 31 de agosto y el 12 de noviembre de 2025, el Centro Sismológico Nacional de la Universidad de Chile registró una serie de movimientos sísmicos de magnitudes que oscilaron entre 3.1 y 4.5, con epicentros que abarcaron desde San Antonio hasta Carrizal Bajo. Estos hechos, lejos de ser aislados, forman parte de la cotidianidad de un país situado en el límite entre las placas tectónicas de Nazca y Sudamericana.
Pero, ¿qué significa esta seguidilla de temblores para Chile hoy?
Desde la mirada técnica, el sismólogo Jorge Valenzuela, investigador del Centro Sismológico Nacional, explica que 'la actividad sísmica registrada en este periodo es consistente con la dinámica habitual de nuestra zona, pero no nos exime de la posibilidad de un evento mayor en cualquier momento.' Esta afirmación, aunque tranquilizadora en términos de normalidad, no elimina la tensión latente en las comunidades, especialmente en zonas costeras y rurales.
En contraste, las voces ciudadanas reflejan una mezcla de resignación y preocupación. María Pérez, dirigente vecinal de la Región de Coquimbo, relata que 'cada temblor revive el miedo y la incertidumbre, pero también la frustración por la falta de recursos y preparación real para enfrentar un desastre mayor.' Esta percepción es compartida por diversos sectores sociales que perciben una brecha entre las políticas públicas y la realidad en terreno.
Por su parte, desde el ámbito político, la discusión se ha centrado en la capacidad del Estado para implementar medidas preventivas y de respuesta. El ministro de Interior, en una reciente declaración, afirmó que 'se están reforzando los protocolos y la infraestructura para minimizar riesgos y proteger a la población.' Sin embargo, expertos en gestión de riesgos advierten que la mejora debe ser integral y considerar factores sociales, económicos y culturales para ser efectiva.
El Servicio Nacional de Prevención y Respuesta ante Desastres (Senapred) ha reiterado sus recomendaciones para la ciudadanía, destacando la importancia de la preparación individual y comunitaria. Entre sus consejos está mantener la calma, identificar rutas de evacuación y contar con un kit de emergencia, acciones que, aunque básicas, son vitales para reducir daños y pérdidas humanas.
¿Qué conclusiones podemos extraer de esta secuencia de temblores?
Primero, que la actividad sísmica en Chile es una constante que no puede ser ignorada ni minimizada. Segundo, que la preparación y respuesta ante estos eventos sigue siendo un desafío que requiere un enfoque multidimensional, que no solo involucre tecnología y protocolos, sino también la participación activa y el empoderamiento de las comunidades.
Finalmente, queda claro que el debate sobre la gestión del riesgo sísmico en Chile no es solo técnico ni político: es profundamente social. La tensión entre la normalidad de vivir con temblores y la urgencia de estar preparados para el próximo gran terremoto sigue siendo un desafío abierto, que convoca a todos los actores a repensar el modelo de prevención y resiliencia.
En este escenario, Chile se mantiene en pie, pero con la mirada atenta y la memoria viva de tragedias pasadas, recordando que el coliseo sísmico donde se juega su destino es también una arena donde la sociedad debe aprender a convivir con la incertidumbre y el riesgo.