Ha pasado más de un mes desde que la "Operación Martillo de Medianoche" iluminó el cielo iraní. El estruendo de los bombarderos B-2 estadounidenses y sus bombas "revienta-búnkeres" ha cesado, pero el silencio que le sigue es tenso, cargado de implicancias. Lo que comenzó a mediados de junio con ataques israelíes y escaló hasta una intervención directa de Estados Unidos no fue el capítulo final de una larga disputa, sino la reescritura de sus reglas. Hoy, con los actores principales replegados tras una frágil tregua, el mundo analiza las consecuencias de un conflicto que transformó un enfrentamiento regional en una crisis de alcance global, cuyas ondas expansivas llegaron hasta los precios de los combustibles en Chile.
La cronología de los hechos revela una escalada vertiginosa. A mediados de junio, Israel lanzó una serie de ataques contra instalaciones militares y nucleares en Irán, una acción que Teherán calificó de inmediato como una "declaración de guerra". La comunidad internacional, desde la Unión Europea hasta las Naciones Unidas, emitió llamados a la moderación que resultaron ineficaces.
El punto de inflexión llegó el 21 de junio. Bajo el nombre en clave "Operación Martillo de Medianoche", Estados Unidos ejecutó un ataque de alta precisión contra tres pilares del programa nuclear iraní: Natanz, Isfahán y, crucialmente, la planta de enriquecimiento de Fordow, una fortaleza excavada a casi 90 metros bajo una montaña. El entonces presidente Donald Trump, en su característico estilo, anunció en redes sociales un "ataque muy exitoso", declarando que las "ambiciones nucleares de Irán han sido destruidas". Para ello, el Pentágono desplegó su arsenal más sofisticado, incluyendo las bombas GBU-57, las únicas capaces, en teoría, de penetrar las defensas de Fordow.
La respuesta iraní fue dual y estratégica. Por un lado, minimizó el impacto militar, asegurando que el material sensible ya había sido reubicado. Por otro, activó su principal arma asimétrica: la amenaza de cerrar el Estrecho de Ormuz. El Parlamento iraní respaldó la medida, poniendo en jaque al 20% del petróleo comercializado a nivel mundial. Esta contraofensiva económica demostró ser tan potente como cualquier misil, generando una inmediata volatilidad en los mercados energéticos.
El análisis de la crisis revela narrativas irreconciliables que coexisten en el nuevo escenario:
La "Operación Martillo de Medianoche" no surgió de la nada. Es el resultado de décadas de hostilidad y, más recientemente, del colapso del Plan de Acción Integral Conjunto (JCPOA), el acuerdo nuclear de 2015 del que Estados Unidos se retiró en 2018. El abandono de la vía diplomática creó un vacío que fue llenado progresivamente por la retórica belicista y, finalmente, por la acción militar.
La crisis también puso de manifiesto la doctrina de la "guerra asimétrica". Mientras EE.UU. e Israel confían en su superioridad tecnológica, Irán ha cultivado durante años una estrategia de "profundidad defensiva", materializada en sus "ciudades de misiles" subterráneas y su control sobre cuellos de botella geográficos vitales, como el Estrecho de Ormuz. La confrontación fue un choque entre estas dos concepciones del poder.
Hoy, el conflicto se encuentra en un estado de latencia. La tregua, presionada por Washington, se mantiene, pero las tensiones subyacentes son más agudas que nunca. Ambas partes se adjudicaron la victoria, un indicio de que ninguna se siente derrotada y, por tanto, ambas podrían estar dispuestas a reanudar las hostilidades.
La pregunta fundamental sigue sin respuesta: ¿fue el programa nuclear iraní desmantelado o simplemente dispersado y mejor oculto? Los expertos están divididos. La comunidad internacional observa con cautela, consciente de que el tablero de ajedrez de Medio Oriente ha sido alterado permanentemente. La paz actual no es la ausencia de conflicto, sino una pausa estratégica en una disputa de largo aliento, cuyo próximo movimiento podría volver a sacudir los cimientos del orden global.