
Desde hace décadas, el nombre "Cartel de los Soles" ha sido un espectro que recorre los pasillos del poder y la clandestinidad en Venezuela y la región. El 24 de noviembre de 2025, Estados Unidos ha dado un paso definitivo al designar formalmente a esta estructura como una organización terrorista extranjera, con consecuencias que reverberan más allá de sus fronteras.
El anuncio, hecho público por el Departamento de Estado, señala al presidente venezolano Nicolás Maduro y a otros altos funcionarios del régimen chavista como líderes de un sistema criminal que, según Washington, ha corrompido las instituciones venezolanas —desde las Fuerzas Armadas hasta el poder judicial— para facilitar el narcotráfico y actividades terroristas. El secretario de Estado Marco Rubio no dudó en calificar a Maduro como el "líder ilegítimo" de esta red, una afirmación que ha escalado la tensión entre ambos países.
El despliegue militar estadounidense en el Caribe, con la presencia de buques destructores y marines, acompaña esta designación, marcando una nueva fase en la presión contra Caracas. En paralelo, el gobierno venezolano ha respondido con la activación de millones de milicianos bolivarianos, anunciando una defensa férrea contra lo que califica como una agresión externa.
El Cartel de los Soles no es un fenómeno reciente. Su nombre proviene de las insignias militares venezolanas y se popularizó en los años 90, cuando se destaparon vínculos entre oficiales de la Guardia Nacional y el narcotráfico. Desde entonces, ha sido un término que describe un entramado complejo y difuso que involucra a funcionarios de distintos niveles y a grupos criminales asociados.
Expertos como Raúl Benítez-Manaut y Jeremy McDermott coinciden en que no se trata de un cartel tradicional con una estructura jerárquica rígida, sino más bien de un sistema de corrupción y complicidad dentro del Estado venezolano. McDermott lo define como "un grupo de redes dentro del régimen chavista que facilitan, protegen o participan en el narcotráfico", una diferencia sustancial con los carteles mexicanos o colombianos.
La designación estadounidense ha sido acompañada por una ola de adhesiones y rechazos en América Latina. Países como Argentina, Ecuador y Paraguay han declarado al Cartel de los Soles como organización terrorista, alineándose con Washington. En cambio, figuras como el presidente colombiano Gustavo Petro han negado la existencia del cartel, calificándolo como "una excusa ficticia de la extrema derecha para derrocar gobiernos que no les obedecen".
Por su parte, el expresidente boliviano Evo Morales calificó la medida como una "ficción" creada por Estados Unidos para intimidar a Venezuela, evocando paralelos con las falsas justificaciones usadas para invadir Irak.
En Chile, la reacción oficial ha sido más cautelosa. Mientras la oposición política —particularmente la UDI— ha emplazado al gobierno a sumarse a la calificación como organización terrorista, La Moneda ha evitado pronunciarse con claridad, optando por distanciarse de las posiciones más duras adoptadas por otros países.
Los documentos judiciales estadounidenses, que acusan a Maduro y a otros altos mandos de narcoterrorismo y corrupción, se basan en décadas de investigaciones y testimonios, incluyendo los de exfuncionarios venezolanos que han colaborado con la justicia norteamericana. Sin embargo, la naturaleza descentralizada y cambiante del Cartel de los Soles dificulta su definición como una organización única y estructurada.
Analistas subrayan que este "cartel" actúa más como un consorcio de intereses criminales entrelazados con el Estado, que utiliza puertos, aeropuertos, y estructuras estatales para facilitar el tráfico de drogas y lavado de dinero. Esta simbiosis entre crimen y poder es, para muchos, la verdadera amenaza que enfrenta la región.
"El Cartel de los Soles no es un cartel al uso, sino un sistema de corrupción generalizada dentro del Estado venezolano", resume McDermott. Esta realidad compleja ha sido instrumentalizada tanto para justificar presiones internacionales como para alimentar narrativas políticas internas, generando una disonancia cognitiva que dificulta la comprensión cabal del fenómeno.
La designación estadounidense amplía las herramientas legales y militares para actuar contra esta red, pero también profundiza las tensiones geopolíticas en América Latina. Mientras algunos gobiernos siguen la línea de Washington, otros advierten sobre el riesgo de una escalada que podría desestabilizar aún más la región.
Para el ciudadano reflexivo, académico o profesional interesado en la dinámica latinoamericana, el caso del Cartel de los Soles es un recordatorio de cómo el crimen organizado puede permear estructuras estatales, y cómo la política internacional y local se entrecruzan en una narrativa compleja, donde la verdad se construye en medio de contradicciones y agendas divergentes.
En definitiva, el Cartel de los Soles es a la vez un símbolo de la crisis venezolana y un espejo de las tensiones que atraviesan América Latina, donde las fronteras entre Estado, crimen y política se vuelven cada vez más difusas.