
Arabia Saudita ha comenzado a materializar un sueño largamente acariciado: convertirse en un centro financiero global. Tras casi dos décadas de espera y múltiples retrasos, el Distrito Financiero Rey Abdullah (KAFD) en Riad, que parecía una ciudad fantasma en sus inicios, hoy alberga a altos ejecutivos de multinacionales como HSBC y Accenture. Este avance es la punta visible de un ambicioso plan del príncipe heredero Mohammed bin Salman para diversificar la economía saudí y reducir la dependencia del petróleo.
Sin embargo, este progreso no ocurre en un vacío. En septiembre de 2025, Arabia Saudita criticó duramente la propuesta del gobierno israelí de Netanyahu de desplazar a palestinos a Egipto, una iniciativa que ha tensado aún más las relaciones regionales y ha generado preocupación en diversos actores internacionales. Este contexto político complejo añade una capa de incertidumbre a los esfuerzos saudíes por atraer inversiones extranjeras y consolidar su posición financiera.
El KAFD se presenta como un microcosmos de las tensiones sociales y culturales del reino. Ejecutivos extranjeros caminan junto a saudíes con túnicas tradicionales y mujeres en niqabs, mientras se construyen pasarelas futuristas diseñadas para mitigar el calor extremo del desierto. Las reformas sociales recientes, como el fin de la prohibición para que las mujeres conduzcan y la apertura a nuevas formas de entretenimiento, buscan hacer a Riad más atractiva para profesionales internacionales.
No obstante, las voces críticas no faltan. Un inversor estadounidense con dos décadas en Medio Oriente señala que “hay demasiada inestabilidad en el reino: política, personalidades, sharia… es difícil sentirse cómodo en ese entorno”. Además, la falta de infraestructura adecuada, como escuelas y viviendas asequibles para expatriados, y la prohibición del alcohol, contrastan con la oferta más liberal de ciudades como Dubái, aún considerada la capital financiera indiscutida de la región.
Arabia Saudita ha impuesto un ultimátum a las empresas internacionales: establecer sedes regionales en Riad o perder contratos gubernamentales clave. Más de 600 compañías han recibido licencias para instalarse desde 2021, y bancos como Goldman Sachs y Morgan Stanley ya operan en la capital saudí. Sin embargo, expertos como Robert Mogielnicki, investigador en Washington, advierten que “el gobierno no puede confiar sólo en su peso económico; necesita regulaciones competitivas y consistentes para competir con Dubái”.
El sistema regulatorio saudí, supervisado por el banco central Sama y la Autoridad del Mercado de Capitales, aún genera dudas. A diferencia del Centro Financiero Internacional de Dubái, que opera con un marco legal basado en la legislación inglesa y es visto como un hub offshore, Arabia Saudita no ha implementado plenamente un régimen similar. Esto limita la confianza de algunos inversionistas y ralentiza la llegada de Inversión Extranjera Directa, que en 2024 cayó un 19% interanual a su nivel más bajo desde 2020.
El Fondo de Inversión Pública saudí (PIF), con US$ 940 mil millones bajo gestión, ha firmado acuerdos con grandes gestores internacionales para atraer capital y experiencia. En un foro reciente, se anunciaron colaboraciones con BlackRock, Franklin Templeton y Neuberger Berman, entre otros, en un intento por robustecer la industria local de inversión.
Las autoridades saudíes sostienen que las reformas sociales y judiciales, como la ley de tribunales comerciales de 2020 y la ley de transacciones civiles de 2023, mejoran la predictibilidad y seguridad jurídica. Un abogado extranjero radicado en Riad reconoció que los fallos judiciales son “más predecibles”, aunque duda que se implemente un marco offshore que pueda competir con Dubái.
Por otro lado, la sociedad civil y algunos sectores empresariales mantienen reservas. La ausencia de un entorno plenamente liberal y la persistencia de tensiones políticas regionales, como la postura saudí frente a la crisis palestina, generan un clima de incertidumbre.
Arabia Saudita está dando pasos firmes para convertirse en un centro financiero global, pero enfrenta una carrera contra el tiempo y contra Dubái, que lleva ventaja en infraestructura, regulación y estilo de vida. La capacidad del reino para atraer y retener talento internacional dependerá no sólo de inversiones millonarias en rascacielos y tecnología, sino también de su habilidad para ofrecer un entorno político estable, regulaciones claras y un estilo de vida compatible con las expectativas globales.
Mientras tanto, la región observa expectante cómo se despliegan estas dinámicas en un escenario marcado por conflictos históricos y nuevas alianzas estratégicas. La apuesta saudí es audaz, pero el camino hacia la consolidación como capital financiera del Medio Oriente sigue plagado de desafíos que podrían definir el futuro económico y geopolítico del reino y sus vecinos.
2025-10-06