En un escenario donde la tragedia humanitaria se ha instalado con fuerza, el Consejo de Seguridad de la ONU emitió un comunicado el pasado agosto que, con pocas fisuras, dejó en evidencia el consenso global sobre la necesidad urgente de detener la hambruna en Gaza. Catorce de los quince Estados miembros, excepto Estados Unidos, pidieron un alto el fuego inmediato, incondicional y permanente, y exigieron el levantamiento de las restricciones a la entrega de ayuda humanitaria. La declaración, sin embargo, no ha logrado modificar el curso de los acontecimientos, que se mantienen en un punto crítico meses después.
El origen del reclamo se remonta a la declaración oficial de hambruna en la gobernación de Gaza por parte de la Clasificación Integrada de las Fases de la Seguridad Alimentaria (IPC), que alertó sobre la extensión del hambre a zonas clave como Deir al Balah y Khan Yunis para finales de septiembre. La ONU y sus socios humanitarios han denunciado que la crisis es provocada por el hombre y que el uso del hambre como arma de guerra viola el Derecho Internacional Humanitario.
Desde entonces, el conflicto ha seguido su curso, con Israel ampliando su ofensiva militar hacia la Ciudad de Gaza, lo que ha sido rechazado por la mayoría de los miembros del Consejo de Seguridad. “Esta decisión, que rechazamos, inevitablemente empeorará la ya de por sí terrible situación humanitaria y pondrá en peligro la vida de todos los civiles, incluidos los rehenes”, señalaron en el comunicado conjunto.
La resistencia de Estados Unidos a sumarse a este consenso internacional marca un punto de tensión notable. Desde Washington, se ha cuestionado la metodología del informe y se ha defendido la postura de Israel, generando un aislamiento diplomático que contrasta con la mayoría global. Esta divergencia no solo refleja diferencias políticas, sino también un choque de intereses geopolíticos que complican la búsqueda de soluciones.
En América Latina, la condena al uso del hambre como arma de guerra y el llamado a la protección de civiles han sido unánimes entre gobiernos y organizaciones sociales. “La crisis en Gaza es un espejo de las desigualdades y el sufrimiento que no podemos ignorar. La solidaridad debe traducirse en acciones concretas”, expresó un representante de una ONG regional dedicada a derechos humanos.
Sin embargo, voces críticas advierten que el enfoque internacional, centrado en llamados y resoluciones, ha sido insuficiente para cambiar el terreno de juego. La complejidad del conflicto, las tensiones internas en Israel y Palestina, y la dinámica geopolítica global han creado un escenario donde la urgencia humanitaria compite con intereses estratégicos.
A cuatro meses del comunicado, la hambruna persiste y la crisis se ha profundizado, dejando en evidencia que las declaraciones no bastan para salvar vidas. La comunidad internacional enfrenta un dilema: cómo traducir el consenso en acciones efectivas que detengan el sufrimiento sin caer en la inacción política.
Este episodio revela, además, la fragilidad del sistema multilateral para responder a emergencias humanitarias cuando los intereses nacionales y las alianzas estratégicas pesan más que la urgencia ética. La hambruna en Gaza no es solo una tragedia local, sino un desafío global para la diplomacia, el derecho internacional y la humanidad.
En conclusión, el reclamo global por el fin de la hambruna en Gaza, aunque claro y mayoritario, se topa con resistencias y realidades que diluyen su impacto. La verdad incontrovertible es que la crisis humanitaria continúa, y las consecuencias de la inacción ya son visibles en la desesperación de miles. La pregunta que queda en el aire es si el mundo estará dispuesto a superar sus divisiones para enfrentar esta tragedia con la urgencia y el compromiso que exige.
2025-10-17
2025-10-17