
Un rostro familiar de tragedia y desolación se ha instalado en Gaza. Más de 500.000 personas, casi una cuarta parte de la población, enfrentan hoy una hambruna oficial y reconocida por la ONU. Este dato, confirmado por el Sistema de Clasificación Integrada de Seguridad Alimentaria en Fases (IPC), no es un accidente ni un error estadístico: es el resultado de un conflicto que ha destrozado no solo hogares, sino también la capacidad básica de sobrevivencia de una población atrapada entre el asedio y la violencia.
Desde octubre de 2023, cuando el ataque de Hamás contra el sur de Israel desencadenó una feroz respuesta militar, Gaza ha sido escenario de una guerra que ha dejado más de 60.000 muertos y un desplazamiento masivo de su población. El sistema de salud, el agua potable y la infraestructura básica están colapsados. Más del 90% de las viviendas están dañadas o destruidas, y la escasez de alimentos se ha convertido en una amenaza directa a la vida.
En este escenario, el hambre se ha convertido en un enemigo silencioso pero letal. “Los niños dicen que desearían morir para poder ir al cielo y comer”, relató Shaima al-Obaidi, directora de medios de Save the Children, describiendo la desesperación de quienes sufren la desnutrición severa. “No puede sobrevivir solo con pan, no puede sobrevivir solo con pasta”, dijo Yousra Abu Sharekh, madre y activista local, al describir la crítica situación nutricional de los niños.
Por su parte, el gobierno israelí, liderado por Benjamin Netanyahu, ha rechazado las acusaciones de que existe una política de hambruna. “Israel no tiene una política de hambruna. Su política es prevenir la hambruna”, afirmó, resaltando que desde octubre de 2023 se han permitido ingresar más de dos millones de toneladas de ayuda humanitaria, con un promedio de 300 camiones diarios. Sin embargo, la ONU sostiene que para enfrentar la crisis se necesitan al menos 600 camiones diarios, una brecha que evidencia la insuficiencia de la ayuda.
El gobierno israelí también acusa a Hamás de desviar la ayuda para financiar su maquinaria de guerra, una afirmación que añade una capa más a la compleja disputa por la legitimidad y el control en la Franja.
Desde el punto de vista humanitario, la crisis se agrava con la imposibilidad de que medios internacionales y organizaciones de ayuda accedan libremente a Gaza, lo que limita la transparencia y dificulta la evaluación precisa de la situación.
Distintas voces, un mismo drama: mientras la comunidad internacional, incluida la ONU, clama por un acceso humanitario sin restricciones, el gobierno israelí prioriza la seguridad y la presión militar. Las organizaciones humanitarias denuncian que la población civil paga el costo más alto, atrapada en un conflicto donde el hambre se suma a las balas.
Conclusiones que pesan: la hambruna en Gaza no es un fenómeno aislado ni accidental, sino un efecto directo de un conflicto armado prolongado y un bloqueo que limita el acceso a recursos básicos. La insuficiencia de la ayuda y el uso político de la crisis alimentaria evidencian una tragedia humana que se prolonga y se profundiza.
El futuro inmediato de Gaza dependerá no solo del desenlace militar, sino de la voluntad política para abrir corredores humanitarios efectivos y sostenibles. Sin ello, la hambruna seguirá siendo una sentencia silenciosa para miles de niños y familias que hoy viven en el límite de la supervivencia.
Este análisis se basa en informes de la ONU, declaraciones del gobierno israelí, testimonios de organizaciones humanitarias y reportajes de BBC News Mundo, contrastados para ofrecer una visión completa y contextualizada de una crisis que ha madurado y se ha agravado en los últimos meses.
2025-10-27